Mi abuela es una santa. Sin ella, ninguno de los detalles cotidianos más sencillos podría tener solución.
Con ella aprendí a planchar, tras muchos años de fama crepuscular. El planchar lo es todo.
Con ella cogí 4 kilos en una semana, tarea que mi metabolismo se encargó de expiar tiempo después, ya en mi casa, lejos de su alcance.
Con ella aprendí a seguir odiando, tras muchos años de calma en un mar que sólo esperaba atento el influjo de nuevas lunas.
Con ella vi la tele. Fútbol y demás sandeces que se apoderaron de mi ser.
Ella me enseñó a picar las verduras más pequeñas, con el cariño que una abuela otorga a un nieto.
Ella me rechazó si rechazaba. No quiero ver a quien no me ofrece nada y así le dije. Y así lo cumplimos.
Ahora no me queda nada, salvo el picar las verduras más pequeñas.