CONSIDERO QUE SOMOS TAN TORPES…
PORQUE HABLAMOS DE BONDAD,
PERO LA DESCONOCEMOS
TODO EL TIEMPO
ES SÓLO ESTE PENSAMIENTO AJENO
QUE HACE QUE LO QUE YO DIGA
SUENE ANORMAL…
PERO NO SE PREOCUPEN,
YA ESTARÉ CON USTEDES
HACIENDO DAÑO
SIN DARNOS CUENTA
(GABRIELA CEPEDA H., MARZO 2003)
Aunque "Sobre Héroes y Tumbas" de Ernesto Sábato, pareciera ser una superposición de historias, quiero referirme a la sensación que deja su lectura en relación a la dualidad de la condición humana, donde coexiste el bien y el mal, expresados como la luz y la sombra, presentes tanto en lo individual como en lo colectivo.
El lado oscuro de los seres humanos no es agradable: en nosotros, ineludiblemente, coexisten la luz y la sombra, tendiendo a destacar la luz para hacernos queribles y amables. Aquellos que reconocen su sombra y la manifiestan abierta, grotesca y contestatariamente, son los “desadaptados” según la sociedad.
En la historia, el personaje Fernando Vidal, es uno de estos "desadaptados". Muestra deliberadamente su lado oscuro como forma de dar cuenta de esta verdad y buscando profundizar en su causa y naturaleza. Cosa extraña: en su honestidad, muestra sus más grandes miserias que son recibidas por quienes le rodean como manifestaciones de maldad.
" (...) como si intentaran hacerse los desentendidos sobre esta parte de su verdad (...)" (p. 425)
Quienes nos llamamos buenos o perfectos también tenemos nuestro propio lado oscuro… oculto. Sin embargo, esta característica humana, en que coexisten el bien y el mal, ¿por qué no es mostrada completamente? ¿Por qué como seres humanos no somos capaces de detenernos a contemplar nuestra propia miseria?
" …¡Abominables cloacas de Buenos Aires! ¡Mundo inferior horrendo, patria de la inmundicia! Imaginaba arriba, en salones brillantes, a mujeres hermosas y delicadísimas, a gerentes de banco correctos y ponderados, a maestros de escuela diciendo que no se deben escribir malas palabras sobre las paredes; imaginaba guardapolvos blancos y almidonados, vestidos de noche con tules o gasas vaporosas, frases poéticas a la amada, discursos conmovedores sobre las virtudes patricias. Mientras por ahí abajo, en obsceno y pestilente tumulto, corrían mezclados las menstruaciones de aquella amadas románticas, los excrementos de las vaporosas jóvenes vestidas de gasa, los preservativos usados por correctos gerentes, los destrozados fetos de miles de abortos, …" (p. 424)
Es una situación contradictoria en que el ser humano se niega a sí mismo, olvidando que en sus acciones y en toda su existencia ha de reflejarse la luz… pero también la sombra.
“… ya que el alma no puede manifestarse a nuestros ojos materiales si no por medio de la materia, y eso es una precariedad del alma, pero también una curiosa sutileza.” (p. 20)
Entonces, quedamos con una máscara puesta, una máscara que aparenta no conocer el lado malo del ser, una máscara bondadosa que se olvida de su condición y que, a la vez, nos hace ser seres ciegos. Pero… ¿Qué tipo de ciegos somos? ¿Ciegos físicos? ¿Afectivos? ¿Sociales? ¿Morales?
La cultura cristiana occidental suele tener “misericordia” por los “desvalidos”, habiendo una manipulación de los sentimientos que generan, un juego donde se da paso a que la sociedad reconozca su bondad (como ocurre con las campañas solidarias ante catástrofes, “teletones”, etc.), nublándose ya sin poder reconocer honestamente sus defectos, acallando en un pequeño acto su conciencia.
Estamos en un juego donde pretendemos borrar lo que somos y sobre ello dibujar una situación irreal en que todo “está bien”, somos “lo mejor”, no cometemos errores, no somos sucios ni feos. Por ahí se ha escuchado “no hay peor ciego que el que no quiere ver”.
El problema no es reconocer la luz en nosotros, sino que el negar nuestra sombra. Porque resulta que haciendo el bien caemos inevitablemente en la dinámica del mal.
“… llevamos una máscara, una máscara que nunca es la misma sino que cambia para cada uno de los papeles que tenemos asignados en la vida: la del profesor, la del amante, la del intelectual, la del marido engañado, la del héroe, la del hermano cariñoso.
Pero, ¿qué máscara nos ponemos o qué máscara nos queda cuando estamos en soledad, cuando creemos que nadie, nadie, nos observa, nos controla, nos escucha, nos exige, nos suplica, nos intima, nos ataca? Acaso el carácter sagrado de ese instante se deba a que el hombre está entonces frente a la Divinidad, o por lo menos ante su propia e implacable conciencia. Y tal vez nadie perdone el ser sorprendido en esa última y esencial desnudez de su rostro, la más terrible y la más esencial de las desnudeces, porque muestra el alma sin defensa…" (p. 252)
Para VIVIR, que no quede nada más que nuestro interior al descubierto, con toda nuestra espontaneidad. Nuestro alma con su luz y nuestra vida con su sombra. Es aquí donde debiéramos detenernos. El asumir que traemos el bien y que constantemente caemos en el mal, son la base para borrar la ansiedad y dibujar sobre ella la tranquilidad y la esperanza.
Perder el miedo a vernos expuestos con todas nuestras pasiones y contradicciones. Así, estaremos realmente vivos.
|