Una conversación, un coloquio, una escena, donde dos participantes acuden a sus insignes formas de ser, uno atormentado, nervioso, improcedente, embarullado, pero tibia y sigilosamente apasionado; el otro, un ser impasible, impermeable, implacable, sutil fustigador, enrevesado, pero de una armonía y beldad inagotables e indomables. El lugar, una noche fría y lánguida, donde la presencia de una muralla infranqueable, soberana de la distancia y la no llegada, cuya envergadura es imbatible inclusive por el ejército de versos más fuerte y armado que pueda existir, murallón imposible de ser abatido ante cualquier evidente intento de ataque, un paredón dominado por la imposibilidad y la inexistencia, por la desesperación y múltiples cadáveres que han intentado sobrepasarlo, una escena trágica pero real y palpable.

La ocasión se pierde en el intento y el intento en desmedro del apacible pensar de un encuentro fortuito que las circunstancias lo hacen indómito. Salvaje es la esencia de aquel encuentro, como si la ciudad se convirtiera en la selva más frondosa o en el desierto más crudo y sanguinario, pero que al fin y al cabo solo se acude a miradas gélidas y a manuscritos de letra borrosa, como si nunca esa expedición hubiera comenzado y jamás existiese bitácora de los hechos. Se prefiere, por el temor, a que todo quede en puerto, seguro y bajo llave.

La distancia es la muestra de que el ser es controlado por los sentimientos y que la sigilosa pasión aunque esté pronta a explotar, siempre decae al ver que la distancia es más que aquello, ya que el tiempo la hace infinita e imposible de alcanzar, como la acudida paradoja de Zenón.

Me dicen los aromas que la búsqueda terminó, que la ocasión se perdió y que la sonrisa nunca llegó. Y si hubo un atisbo de un encuentro, siempre las espaldas fueron las enfrentadas, siempre las protagonistas y las caretas las pintadas, sus bosquejos los más hermosos y sus sinsabores lo jamás enseñados.

Creo que en un acto, una escena, una obra, siempre es bueno tener dos protagonistas y que una de las secuencias más llamativas es la guerra. Aquí la guerra ya terminó y muchos vieron lo sucedido. Hubo sangre y miseria. Una batalla de perdición, una historia llena de desilusión, un camino sin pendientes, donde uno de los protagonistas ya pereció. Es lo que ha sido mi vivencia, lo que llamo en este momento, un coloquio de la más pura indiferencia.