Inicio / Cuenteros Locales / mariog / PARA UNA POETICA DEL CUENTO
Puestos seriamente a escribir y habiendo optado por los géneros narrativos, advertimos muy pronto la necesidad de tener un marco teórico de referencia sobre la forma que queríamos darle al fruto de nuestros esfuerzos. Lo primero que asumimos fueron nuestras dificultades para extendernos en los relatos; ello nos condujo a componer obras más bien breves. Pronto tropezamos con un segundo inconveniente: al concluir, nos quedaba la sensación de algo inacabado, cerrado con defectos o, en el mejor de los casos, con finales previsibles.
Desasosegados e insatisfechos, hubimos de reflexionar seriamente acerca del momento de nuestra vida en que todos nuestros sentidos quedaron atrapados por alguna historia. Inmediatamente –aún antes de recordar nombres de autores o títulos de textos ya leídos-, recuperamos aquella época dorada de la infancia, cuando una paciente Abuela nos sentaba sobre su delantal para referirnos hechos de una era perdida en la noche de los tiempos, con protagonistas retratados en sus hechos y escenarios de una Europa que ya en ese mítico entonces era vieja.
Analizamos con desapego de adultos la circunstancia, extraviados para siempre los aromas de la cocina y los efluvios coruscantes de la leña bajo el caldero, perdidos los ecos de la voz de la anciana, definitivamente olvidados los días y los meses. Y encontramos que la Abuela contaba. Contaba con los detalles indispensables para animarnos a que después –ya acostados y esperando el sueño o dejando correr la siesta bajo la parra centenaria-, recordáramos lo escuchado imaginando todo lo no dicho, lo premeditadamente omitido.
Contaba sin extenderse, inaugurando nuestra curiosidad con una frase inolvidable e ingeniándoselas después para ir sembrando estratégicas pausas que nos mantenían en vilo, ansiosos, sosteniendo con esfuerzo aquellos silencios que ella ocupaba en acomodarnos sobre sus rodillas, en limpiar los cristales de sus lentes, en beber un par de sorbos de su eterno jugo de naranjas.
Contaba con precisión de relojero y con esa misma destreza nos hacía depender de las infinitas inflexiones de su voz que ora imitaban al viento entre los árboles, a la marea enfurecida, al llanto lastimero de una paloma herida, a la cabrita extraviada o al castañear de dientes del pícaro salteador de tumbas que se vio encerrado en un cementerio. Contaba con ingenio, con humor, con melancolía de inmigrante, con inabarcable tristeza. Contaba con el entusiasmo de una jovencita y con la sabiduría de una hechicera.
Y de un solo golpe nos cerraba el cuento en las narices. Sin prevenirnos, justamente después que nuestra ansiedad había alcanzado un punto insoportable. Con maestría singular, quedaba en el aire especioso de la cocina un silencio nuevo. Y acá, en la boca de nuestro estómago, una sensación inexplicable, a medio camino entre un aletear de mariposas y la caída fatal a un pozo sin fondo.
Con desapego de adultos comprobamos que nuestra inolvidable Abuela había sido una cuentista consumada y que en sus producciones (nunca escritas, compuestas exclusivamente para nosotros, amorosamente tramadas una por una y con esa misma pasión, reiteradas cada vez que le exigíamos volver a oírlas), estaban todos los rasgos propios de lo que más tarde averiguamos, es el género literario «cuento».
Más allá de que sin saberlo entonces nos hayamos gozado de una auténtica oferta de la tradición oral que en el pasado expandiera las novedades de la especie por todo el mundo conocido –circunstancia a la que sin duda nos referiremos en otra nota-, los relatos de la Abuela se ajustaban a lo que hacia mediados del siglo XIX el romántico y norteamericano Poe, definía como requisitos necesarios para que lo que se pretendiera cuento, fuera realmente un cuento y por añadidura, bueno:
· interesar al lector desde la primera línea y mantenerlo en suspenso
· ser breve y posible de leerse de una sola sentada
· no abundar en acciones ni en personajes: de aquella, una sola y de éstos, los menos posibles
· no salirse de los escenarios absolutamente imprescindibles
· reducir al máximo lo descriptivo y a lo necesario, la narración
· sorprender al lector con un desenlace inesperado.
Nuestras búsquedas nos llevaron a este autor que tal vez murió demasiado temprano y nos bebimos sus obras con sed de dromedarios. Agradeciendo la testarudez de nuestra madre que nos había obligado desde muy pequeños a estudiar inglés “porque sería el idioma dominante”, pudimos disfrutarlo en la lengua original y descubrir que tales máximas les habrán servido enormemente a los cuentistas anglosajones, expuestos a las terribles limitaciones de una lengua más adecuada al intercambio, la guerra y el mercadeo que a la especulación estética y al divague filosófico.
Sin embargo, hallamos infinitas veces y en incontables autores no sajones, un puntual cumplimiento de estas máximas. Hubimos de reconocer también en la Abuela su empeño para que domináramos el francés y sus imperceptibles estrategias para que no desdeñáramos ni el italiano ni el portugués. A esa persistencia debimos la facilidad de encontrar que tanto los cuentistas septentrionales como los meridionales y aún los rusos (para esto no tuvimos estímulo y de poco nos sirvieron los esfuerzos con que atacamos el alemán), de aquellas épocas y de muchos años siguientes, respetaron los consejos de Poe.
¿Pretendemos escribir cuentos? Atengámonos a los parámetros señalados. Tal vez descubramos que ese escrito que estuvimos a punto de dejar tal como lo compusimos, íntimamente catalogado como “narración” o “texto libre”, en realidad da para más y con un poco de esfuerzo (autocrítica, corrección, cuidado), puede generar suspenso, perder en detalles y ganar en sugerencias, despojarse de indecisiones y ajustar sus párrafos en torno de una sola idea que cobrará perfiles de principal y hará posible redondear el mensaje que realmente queríamos expresar y que con la redacción primera aparecía confuso y hasta vago.
¿Qué hace falta comprometerse? Sí, claro. Y pensar en quien recibe. Porque si nuestra Abuela sólo hubiera pensado en ella misma, es posible que hubiéramos escuchado una interminable retahíla de quejas por el reuma y por sus várices, por los achaques de la edad y lo exiguo de su jubilación. En cambio prefirió pensar en nosotros y en nuestra salud mental y en nuestras necesidades de soñar y de imaginar.
Y con ese inigualable amor nos inició en el arte de contar. De ejercer como los dioses: ordenar el caos de las palabras, nombrar para mundos surgidos a nuestro antojo pero dentro de leyes universales. La Abuela fue arquetipo pero sobre todo fue una puerta. Y aún hoy es un camino...
Mario G. Linares.-
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Texto agregado el 09-01-2004, y leído por 1284
visitantes. (7 votos)
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Lectores Opinan |
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06-05-2005 |
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me encantó tu ensayo, cuando tengas algo nuevome avisas para leerlo. Bueno bueno. dahalpi |
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23-09-2004 |
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gracias Giovanni |
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08-08-2004 |
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Viaje de la infancia, hacia el asombro de la imaginación que cruza el umbral de esa puerta que abre la abuela con sus narraciones orales, viaje hacia la certeza, al parecer, que el cuento obedece a fuerzas que organizan el caos de las palabras, hermándose el camino abierto por la abuela al rigor de Poe y sus, tal vez, dogmas.
Tu ensayo es muy apreciable, sobretodo por esa claridad y rigor con que logras expresar tu pensamiento, tus conocimientos literarios, tu fiebre de domador del verbo.
Siempre estoy de acuerdo contigo en la forma, en tu estilo de escribir, no siempre en el contenido, donde veo una cierta rigidez en la concepción de la creatividad literaria, aunque puedo estar clamorosamente equivocado, porque aún no he terminado de leer todo lo tuyo.
Leyendo este ensayo, por ejemplo, me digo, entonces esto de escribir un cuento es una tarea muy seria, muy compleja, muy académica y yo no seré jamás capaz de escribir algo que se ajuste a este marco establecido y que aspire a la propiedad del término.
Por fortuna me conforta mi incredulidad sistemática, el no creer en cadenas inexpugnables de ideas, donde última debe, en alguna medida, provenir de la anterior. Creo, más bien, en la polifonía, en la existencia de ideas desconocidas, de energías verbales inclasificadas, que actúan modificando el vuelo de los pájaros de la imaginación, rompiendo la linearidad del racional, único modo de acceder a lo abierto, de crear fuera del ciclo.
No sé si me explico, pero la poética del cuento posee una dinámica interna que evoluciona, que irrumpe haciendo más difusos y elásticos los confines del género cuento, sin destruirlo, sin dejar de pertenecer a él. Saludándote!
mandrugo |
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22-07-2004 |
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en algunas partes, el ensayo pierde el hilo, sin embargo esto, no aminora la categoria del escrito. :) luan |
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11-04-2004 |
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Extrordinario tu ensayo mariog. Del cual rescato un principio altruista y fundamental: pensar en el lector, y en el mensaje que queremos darle. La abuela lo tenía presente, contaba con amor para un público expectante, sus nietos. Un saludo y una felicitación sincera. josedecadiz |
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26-02-2004 |
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Hermoso... y poético. Un ensayo rico en imágenes que nos generan sentimientos. Esos que son finalmente el nucleo desde el que crece cada cuento que escribimos. Muchas gracias por la curiosidad inaugurada, los aleteos de mariposa y el recuerdo de la abuela :) Flor_marina |
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10-01-2004 |
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un placer encontrar un texto de tan alta calidad.. además de ameno y divertido.. un saludo rnahimla |
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09-01-2004 |
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Excelente aporte. Gracias. PD: Sugiero incluirlo en ENSAYOS Y COMENTARIOS/EL TIGRE DE LA LITERATURA juanramon |
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09-01-2004 |
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Un gran ensayo lleno de fuerza y convencimiento. Tienes mucha experiencia en la materia y eso lo transmites. Excelente disertación. Gabrielly |
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09-01-2004 |
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¡Qué buen texto! Y tienes razón, si tan sólo pudiésemos escribir como quien relata un cuento, describiendo universos con palabras...Quien pudiera escribir como relataban las abuelas, quien pudiese escribir dejándonos en vilo como cuando escuchábamos su voz como un oráculo y sus palabras como un conjuro... Morana |
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