Do Thi Hai Yen toca el violín. Ella sabe que yo no sé, y por eso le he pedido que me instruya. Pero es esquiva y distante, es consciente de su atractivo y su gracia. Do Thi Hai Yen es apta para recibir el amor no correspondido y a primera vista de cualquier occidental que tenga el medro de observarla bien. Porque ella tiene el paso lento y su pronunciación del inglés y el francés está claramente marcada por una fragilidad oriental que a nuestros oídos se vuelve sensual. Ella es del tipo de mujeres a las que un hombre escribe poemas y regala desvelos nocturnos, febriles, pasionales y eternos. Porque Do Thi Hai Yen es por sobre todas las cosas, la mujer de otro.
Thomas Fawler tiene la gracia de tenerla como amante, y de enamorarla con sus andares anglos y su flematismo europeo. Yo no entiendo por qué ella lo acepta, sabiendo que él está casado, que su vida gravita en otros sentidos y que, tarde o temprano, se irá de Saigón de vuelta a Londres, dependiendo del diario y sus premisas, ordenanzas y designios.
Aun así, Do Thi Hai Yen es mi amante, y Thomas Fawler ignora por completo la situación. Quizás, no quiere descubrirlo, porque sería un golpe al ego demasiado grande. Pensará: es imposible que un latino logre arrebatármela, inconcebible como avanzar tan sólo soplando el aire.
Yo le digo a Do Thi Hai Yen que lo deje de una vez, que huya, que huyamos, a donde ella quiera, a donde se pongan todos los amaneceres y andar sea como un flamenco en vuelo. Cuando la presiono ella me mira con los ojos brillantes, llenos de emoción, pero no dice nada, no se atreve, imagino. Debe ser porque Thomas Fawler le da el dinero y la protección necesaria a ella y a su hermana en la convulsionada capital. Thomas trabaja en el departamento de defensa francés, traduciendo archivos y documentos ultra secretos y manteniéndose en la sombra como un informante al gobierno de los Estados Unidos, que interesado en la lucha contra el comunismo ya ha puesto sus intereses sobre el país (espero que no en algún afán imperialista). La contingencia político social que agita a los vietnamitas se siente en las calles, en la verdulería, en los ciclistas, en el aire. Los vecinos de la 404 murieron la semana pasada en un atentado al café Deux Molines; el niño, la niña, el hombre, la mujer. Fue para mejor, supongo, una pieza ineficaz hubiera dejado un deudo con los brazos estirados, a un vivo que cargar con ese dolor insostenible que emana de los muertos cuando los muertos son tus vivos.
Yo amo a Do Thi Hai Yen. La amo cuando toca música y cuando no. La amo cuando no está conmigo y duerme con Fawler, o cuando labora con su hermana con ayudas domésticas. Yo amo a Do Thi Hai Yen con todo mi corazón y con mi alma y mi espíritu y mi metafísica, y con todas las palabras que los poetas describen en estas situaciones. Supongo que el momento no es el adecuado, que el lugar es incorrecto, que la persona está errada, que yo estoy perdiendo la cabeza. Aunque, precisamente, es todo esto lo que facilita mis sentimientos. Pienso, si yo estuviera en Chile, en un lugar estable, en un café de plaza donde leer el diario y mirar las palomas a través de la ventana sea el sosiego pertinente para una sobremesa plácida, ¿sentiría lo que siento por Do? Soy honesto conmigo, me cuestiono y me pregunto, ¿no será que todo lo horrendo genera en mi fuero la necesidad de escape, el devaneo de algo perfecto, de una ella-esperanza: la vida sigue siendo hermosa?
Me imagino a veces muerto en Saigón por algún soldado francés, un espía estadounidense o una de las guerrillas de los comandantes locales. Me imagino muerto y apareciendo en los diarios chilenos, inflando mi deceso y justificando los bandos ideológicos pertinentes para el redactor. Supero la sensación repulsiva que me genera esta fantasía gracias al arrebato que mis sentimientos hacen de mis raciocinios en el espacio de mis pensamientos; y es que entibiarme de Do es en este infierno mi único sosiego. Entibiarme de Do tal cual la situación se gesta; ella como mi amante y no mi mujer, no mi perfecta, sino mi inalcanzable. Porque también amo los celos que siento cuando Fawler la lleva del brazo, la sensación punzante de cuando cenamos los tres juntos y debo reprimir mi vista de fuego-lava que pareciera amenazar por mi retina a una inocente Pompeya/Fawler. Y es porque con estas sensaciones más vivo me siento. Me inflo, me distorsiono y me evado del recuerdo de la familia del 404 carbonizada por una bomba de glicerina.
Si ahora estás leyendo esto, Do Thi Hai Yen, quiero que sepas que te amo. Que te amo ahora, y no para siempre, aunque ahora, en el fervor de mis sentimientos, imagine que esto es eterno, o que me sobrepasa. Te digo que es ahora para que aprovechemos el tiempo como se debe, para que huyas, huyamos, a un lugar seguro, a un sitio plácido, a un rincón oscuro donde sólo nosotros aprovechemos el aire, la atmósfera, la respiración del otro. Te lo digo, te lo suplico, porque de acá yo tengo que escapar. ¿Te acuerdas de la película de Godard? Así, porque maté a un hombre. Lo hice con querer, lo hice con toda mi conciencia. Apreté el gatillo, y murió. No pensé que fuera tan fácil. No pensé que luego de matarlo la vida seguiría siendo tan plana. Incluso, nada cambió. Las personas que me conocen piensan que sigo siendo el mismo; un sujeto ameno, fiel, socialmente apto. Ellos no saben nada, son pedazos de mierda ignorante. No saben que los odio profundamente en mis ratos de soledad. No saben que cuando la noche se pone loca yo estoy en otro lado, en otra órbita, y allí sólo me acuerdo de ti Do, sólo de ti, Do. Las personas no saben de esto, ni mi familia, ni mis amigos, ellos piensan lo que yo quise que pensaran. Nadie sabe que estoy en Vietnam, nadie sabe que yo te amo a ti y que soy infiel. Lo soy desde siempre, desde el espíritu, desde el alma, desde el fuego interno que guía mi vida desde el infierno al paraíso, o al revés. Al revés cuando no estoy pensando en ti, Do. Do, cuando estoy contigo todo es cielo.
¿Logras imaginarte cómo serían las cosas acá sin ese escape? ¿sin las certezas, con todo medio ido, humedecido? Sin la increible seguridad de que siento amor por ti. Sin todo esto, que está tan grande, tan hierba y las balas, o yo mismo, ¿te das cuenta? ¿o no te das cuenta? Dime, no te quedes allí mirándome, con los ojos resplandecientes (te guiño) porque porque y después... El niño aquel que murió, todo sería tan banal sin que, todo, ¿me entiendes? todo, pero todo, eso, la verdulería, el otro día el señor que me dijo, Fawler, yo creo que Fawler sospecha no es tan aciágo un día en el puente hasta me miró y me dijo tomando un periódico: ¿me amas Do?, ¿me amas de verdad? Y yo le dije, sí, te amo. Y después... sí, te amo de verdad, y después, después. Cuando la guerra ya era guerra y nosotros los que escápabamos de la nitro, montados en la nitro, el motor no enciende, los fósforos están mojados, nunca debiste venir, nunca debiste llegar a este lugar, yo no más, tú no, deberías estar acá, sin ti no sería nada, imagínate todo fuera verdad. Imagínate todo fuera verdad. |