Los nuevos dioses habían llegado para imponerse sobre los hombres.

Las escrituras lo habían predicho. Ellos llegarían un día desde una tierra muy lejana y se haría su voluntad. Pero nadie había imaginado que sus deseos serían tan oscuros y aberrantes.

Esos seres divinos medían algo más de dos metros y llevaban túnicas de un fino hilo negro. Sus caras permanecían tapadas con máscaras oscuras. Su apariencia y sus actos regaban de terror las tierras.

Un día surgió del pueblo alguien a quien llamaron Joel. Cuando muchos esperaban la llegada del hombre de acero, la esperanza se hizo realidad en la hora del predicador.

Los ruegos eternos se callaron y llegó el tiempo de batallar.

Joel usó el círculo sagrado, antiguo símbolo de la encarnación del bien, como estandarte.

Los que se hacían llamar dioses retrocedieron hasta las montañas, donde debieron esconderse en cuevas.

Los hombres volvían a vivir horas de gloria. La guerra absoluta había dado paso a tiempos de paz. Tiempos que duraron sólo un suspiro para Joel.

Una noche de verano, el cielo se abrió nuevamente, como aquella vez en que ellos llegaron. Una luz se posó en el campo, donde la figura del caballero oscuro se le presentó a Joel.

El Mesías se encontraba frente a frente con el ángel negro de las profecías. El encuentro se había dado tal como estaba escrito. Todo lo que vendría estaba por escribirse.

El ser oscuro le indicó que lo acompañara hasta las cuevas. Juntos recorrieron un largo camino bajo un cielo lleno de estrellas.

A pocos metros de la entrada y con la oscuridad reinando, Joel perdió de vista al extraño ser.

(Final 1)

Un terror impío recorrió las venas del elegido. Temblando ingresó a la cueva, donde encontró a cuatro seres enfundados en sus trajes blancos. Tenían un físico parecido a los Dioses, pero su atuendo era distinto y no llevaban máscaras, sus caras eran humanas, como seguramente lo eran la del los que se hacían llamar Dios.

Una luz a sus espaldas dejaba ver el círculo sagrado, y detrás del círculo, el portal que conducía hasta una civilización que lo esperaba cinco mil años después. En un mundo diferente, donde el Mesías debería verse nuevamente la cara con los falsos Dioses y con el caballero oscuro.

(Final 2)

Sin mirar atrás, ingresó a la cueva. Un aire frío lo hizo temblar. Un sonido apenas perceptible lo hizo girar.

Su frágil cuerpo humano se encontró con la espada del caballero oscuro. Un grito calentó el aire.

Los Dioses, parados en un rincón, lo observaron morir y en el momento en que el cuerpo pierde veintiún gramos de su peso, se acercaron a él y atraparon su esencia.

En ese instante obtuvieron el arma que necesitaban para dominar definitivamente a la humanidad.

(Final 3)

Un violento impacto hizo temblar todas sus fibras. Le costaba respirar, sus ojos se habían hinchado. Sintió como sus huesos, sus venas y todos sus órganos modificaban su composición. Todo su miedo se había evaporado. Una nueva sensación había nacido en su interior.

Cuando pudo incorporarse ya no era el mismo. Ya sabía como se sentía un Dios cazador de hombres y cual era su nueva misión en el mundo.