Esta noche, en medio del frío, y con la luz de un farol alumbrando nuestras cabezas le dije adiós. La miré, con las corneas anegadas de ira, entintadas de coraje; mas si un experto mirara bien, vería en ellas ese ciclópeo amor que le tengo; sin embargo, le dije adiós.
Le hablé duro, golpeado, rozando lo vil, utilizando vocablos hirientes, sucios, rebuscados y toscos, las palabras que enmascaraban y bloqueaban lo que realmente quería decirle, lo que mi espíritu quería gritar; mas le grité: “ándate, nunca me importaste ni te importé demasiado, y si te vas no me ni te dolerá, te libero, vete”; mas mi alma se calcinaba por berrearle te amo, no sé que haré ahora sin ella, sin la calidez de su mirar, no obstante, la expulsé.
Esta noche, en medio del frío, la dejé ir, de manera perversa, impía, para que no regrese a mí ¿Por qué Dios me tuvo que diseñar de esta manera?, ¿Por qué tengo que buscar la placidez de la persona que amo al costo de la mía?; ahora ella estará mejor, será feliz, la fanatizo con el alma, por esa razón la dejé ir, para que fuera boyante, al costo de mi propia placidez, hipotecando mi alma; a mi lado sólo idiotez, sólo quebrantos, sólo estanco, solo supuras, sólo migrañas, sólo diferencias, sólo distancias, sólo perplejidades ha de tener… sólo un amor escondido en las tinieblas y su magia, su cuerpo, su luz es descomunalmente bella para ser escondida en un ascensor y en un beso a medias.
Esta noche, en medio del frío dejé ir a la mujer, al menos para mí, perfecta, a mi esencia hermana, esta noche, en medio del frío me inmolé para salvar su alma, esta noche, en medio del frío, crucifiqué mi destino, esta noche en medio del frío sucumbí.