Solía coger el coche los sábados de madrugada y escapar de la ciudad...No salía el viernes, aquella época ya pasó. La recuerda con una sonrisa, pero no la echaba de menos, pasó... Veía amanecer desde Monrepós al volante, escuchando esa música que a ninguno de sus amigos llegaba a gustarle. Tampoco ninguno de ellos había querido acompañarle, a pesar de su insistencia... Aunque eso, nunca le importó.
Sabía que no era lo idóneo ascender picos en solitario, y menos en invierno, con los peligros que la roca, la nieve y el hielo podía camuflar tras ese armónico manto que cubría cada una de las montañas que ascendía. Sin saber porqué, sentía una irrefrenable necesidad de volver al Pirineo cada fin de semana. Aparcado el coche y comprobado el material, desayunaba algo ligero y tomando la bocanada de aire más grande que en todo lo que llevaba de semana había podido inspirar, dió el primer paso hacia la cumbre. Hacía Sol y sólo el viento se atrevía a murmurar.
Nadie de camino con el que tener que cruzar algunas ridículas palabras de cortesía y puntualizaciones acerca del estado de la vía...Era perfecto. Aquellas mañanas de sábado daban sentido a todo el resto de la semana: el trabajo, bajar al supermercado, ir al banco, limpiar la casa... Por su cabeza, tomaba forma la idea de dejarlo todo y marchar, trabajar en un pueblecito del valle de Formigal de camarero en verano y los fines de semana en invierno...Vivir alquilado en cualquier pisito, no necesitaba más...
En aquel momento, la placa de hielo que pisaba su crampón, cedió y le hizo deslizarse hacia una grieta a su izquierda. El piolet sólo se clavaba en el aire en un ridículo intento de seguir pegado a la montaña. creía que en este tipo de situaciones la gente solía acordarse de sus seres queridos, de Dios, de por qué no se había quedado en casa...pero nada. Tenía la mente en blanco y una extraña sensación de paz. La misma que sentía cada vez que paraba a ver el horizonte en plena ascensión...
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