Siempre me han encantado los domingos, porque es el día en que visitamos a la abuela. Abue Meche vive en la parte alta de la loma, en una casita rodeada de árboles frutales y de rosas. El corredor es amplio, fresco y melodioso por el canto de las aves.
Mi abuela sabe preparar unos deliciosos panes que le enseñó a hacer su mamá cuando era pequeña y después, cuando se casó con el abuelo, aprendió otros, pues él traía recetas de muchas partes del mundo. Me parece verlo sentado en su poltrona, contándonos leyendas de los países que visitó y cuando alzaba el dedo era para que pusiéramos atención. Tenía su voz clara que matizaba con el brillo de sus ojos.
— Sientan el aroma del pan de nueces y canela. Eso lo olí una mañana en un pueblito de los Andes. La buena señora me dio la receta y ahora mamá grande lo está horneando— nos dijo.
Era su forma de recordar a la gente que le dio cariño. Siempre que nos llevaba a caminar por el jardín, y hacía un alto, era para explicarnos algo: “No basta con ver, hay que mirar bien. Una rosa nos enseña mucho. Si la ves cuando la agita el viento, la guardas en tus ojos; si la miras en la alborada, la encontrarás cubierta de rocío. Miren la armonía de sus partes, no hay duda de que la rosa está hecha por las manos de Dios.
Uno de esos domingos, después de comer los panecillos que el abuelo aprendió a hacer en los Andes, mi hermano me llamó para decirme un secreto.
—Viri, ven conmigo al sótano para que veas lo que he encontrado...
Mientras papá y mamá conversaban con la abuela, fuimos sigilosos hacia la parte de abajo de la casa. Allí, en el sótano, la abuela guardaba su pasado.
—El día que quieran descubrirlo, sólo tienen que pasar, —solía decirnos. Pero nunca habíamos tenido curiosidad hasta que Adrián encontró debajo de unas sábanas viejas, un baúl repleto con todas las cosas del abuelo. ¡Y entre todo aquello, encontramos unas cartas para nosotros! Leí nerviosa la mía.
Querida Viri:
Desde que naciste vi en tus ojos mi retrato. Cuando recién aprendiste a caminar empezaste a descubrir un mundo en cada paso y en tu media lengua, me contabas y contabas. ¿Qué me habrás dicho? Nunca lo supe. Sólo intuía que dentro de ti había un mar de imágenes y de palabras. Igual que yo, que guardaba recuerdos de playas, valles, montañas y rostros de gente que me ofreció su amistad. De más grande, cuando regresabas de la escuela, me pedías que te contara cuentos. Por eso, los libros que encuentres en este baúl son para ti. ¡Sé que los leerás todos! A través de ellos conocerás muchas de mis historias. Algunas son de nuestra tierra, otras de pueblos distantes en los que estuve dando conciertos con la guitarra. Descubrirás el amor del gaucho hacia sus pampas y los ritmos de los Andes. Comprenderás que los lugares tienen magia y que en el alma de la gente, viven sueños y fantasías.
Abajo encontrarás un tesoro de pequeños objetos que fui adquiriendo cuando llevaba nuestra música a esas tierras. Siempre cargaba conmigo artesanías hechas con las manos de nuestro México y regresaba con otras, hechas con el corazón de otros pueblos. La última vez que toqué fue en Loíza, un pueblo en la costa Norte de Puerto Rico. Al final del concierto, una niña tan bella como tú, me dio un beso y el mejor regalo que he recibido: una máscara de vejigante; yo, a cambio, le di una muñequita con un vestido típico de la mujer totonaca y una mantilla de seda bordada de flores. Le prometí volver, pero uno propone y Dios dispone. Confío que Adrián, a quien le obsequiaré mi guitarra, pueda con paciencia llenarla de música y arrancar melodías que hagan enternecer a los corazones y que a través de su arte pueda hermanar al mundo. Y Tú, que en tu linda cabeza guardas tantos cuentos y fantasías, puedas hacerlos brillar y emocionar con ellos a los niños de la Tierra.
|