Remordimiento
Temprano me asomé al quicio de mi puerta, y como nunca antes lo había hecho, me fijé detenidamente en Vicente, mi vecino; es alto y espigado, delgado y encorvado, le dicen de apodo: “Garrucha”, ni siquiera volteó a verme. En la distancia y resguardado, me atrevo a calcular su fortaleza, --la verdad se me hace medio pendejo, o mejor aún: pendejo y medio--. En esas ando cuando se asoma la Irma, su mujer, me mira de reojo, para mi que también sonríe, no es para menos,--pienso en mis adentros--; ni siquiera se ven al despedirse, Vicente coge su bicicleta vieja, se echa el morral a cuestas y con la misma se va camino abajo trompicándose en la calle de piedra, llena de hoyancos y grava suelta; libres ya de aquella presencia, la Irma abiertamente me mira y me guiña el ojo, sólo es cuestión de unos momentos, de dejar que la bicicleta se aleje un poco más y entonces cruzo la calle, y con determinación, importándome un pito lo que piensen los demás vecinos, me meto a la casa.
Los calores intensos, el vestido floreado que me enseña los muslos, los brazos calidos, y los pechos ansiosos. Se acurruca en mi pecho, se aprieta contra mis brazos, me la quiero comer a besos; me trae una cerveza fría, me acaricia los ojos, se desprende un poco del vestido, me frota las caderas, me muerde los labios; en esas andamos, cuando se abre abruptamente la puerta, asoma entonces el largo cuerpo, ¡su marido¡ Los ojos inyectados de coraje, los resoplidos en su aliento, ninguna exclamación en su garganta, en el brazo diestro: blandiendo fuerte el machete acapulqueño; la Irma con los ojos muy abiertos y la sonrisa como mueca de espanto, ¡suelto la cerveza¡ el Vicente más y más cerca, amaga una y otra vez con el arma, levanto mis brazos en cruz haciendo un escudo con ellos, puedo ver la curva que hace el machete cortando el aire, más y más cerca de mi cuerpo, la Irma en silencio, el marido resuelto, ¡un ruido en la puerta¡, un estertor angustioso en mi garganta y es entonces que sudoroso y agitado, por fin despierto.
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