Este cuento fue escrito junto con lilianazwe, a quien lo digo:
¡Feliz cumpleaños, Lilirene!
DESEO
- “Poder decidir mi propia edad”, le había dicho al Genio cuando éste le ofreció cumplirle un deseo.
- Concedido, con una condición: no podrás hacerlo más de una vez, ni elegir la edad que tienes ahora.
Comprendiendo que la cuestión tenía sus bemoles pidió tiempo para resolver.
- ¿Me estás pidiendo que te indique la fecha de vencimiento de tu deseo, como si estuvieras mirando la etiqueta de un producto en la góndola?
- Sí, algo así, supongo.
- Está bien, tienes 128 horas.
- ¿Nada más?
- No es poco: 7 días, una semana: el tiempo que se tomó Dios para hacer el mundo.
Dicho esto el genio desapareció a la misma velocidad a la que había aparecido, introduciéndose en la vieja botella guardada vaya a saber desde qué época. El hombre la había encontrado en el desván por casualidad, la descorchó de aburrido nomás, en esa tarde apacible de mayo.
Especuló con distintas alternativas: en un principio la idea le había parecido genial, pero…
Con 35 años, por ejemplo (fue lo primero que se le vino a la cabeza) ¿qué haría con Carmen, su mujer? Jamás la había engañado y no quería empezar ahora, a los 65 años, pero tampoco le parecía justo tener que conformarse con una de 60 a los 35…
Tampoco le “cerraba” la idea de tener la misma edad que el mayor de sus hijos, no por él, sino por el muchacho, que ni siquiera sabría cómo presentarlo a sus amigos.
¿Y jugándose un poco más, digamos… 15 años? Posiblemente la vieja (o sea, Carmen) lo adoptaría como nieto, superado el disgusto inicial. Pero pretendería reprenderlo, darle órdenes, ¡lo único que le faltaba, a esta altura, volver a padecer la tiranía de los mayores!
Profirió en voz alta una grosera exclamación.
- ¿Qué te pasó, viejo, otra vez te agarraste los dedos con la trampa del desván?
- No, Carmen, nada de eso, ¡cómo se te ocurre! (sonaba indignado), lo que pasa es que debo tomar una decisión muy importante.
- ¡Te decidiste a pintar, y estás eligiendo color!
- Bajo ningún punto de vista (ahora sonaba impaciente y algo soberbio), se trata de una cuestión temporal, que no te podría explicar.
Carmen suspiró, resignada: ya le parecía haber escuchado el sonido de botellas, el viejo estaba tomando a escondidas, otra vez.
Se quedó sentado en una vieja silla polvorienta, armando y desarmando pensamientos. Su deseo era real, retroceder en el tiempo, sentirse joven otra vez, pero las circunstancias…
Descorchó la botella para contarle al genio sus limitaciones.
Por otro lado estaban los amigos; ahora estaba pensando en ellos, después de haber fracasado en su intento de comunicarse con el ser portentoso que alguna vez había salido de la botella.
¿De qué hablaría cuando, como de costumbre, en la mesa del café el tema fueran las dolencias de cada uno? ¿Se tendría que quedar callado como un infeliz cuando ellos hablaran de sus gotas, sus reumatismos, sus dolores articulares, sus hipertensiones, sus indomables colesteroles?
No quería ni siquiera imaginar las caras con que lo mirarían los otros si en medio de una tertulia semejante salía contando que se sentía estupendo, que venía de hacer fierros (una hora), que había corrido 10 kilómetros en 37 minutos y que anoche había hecho el amor con desenfreno durante dos horas y 45 minutos…
Aún tenía 65 y ya se estaba pudriendo de esto de volver a los 30, ¡qué embole!
Bajó y puso música (música de “su época”, claro), intentando despejarse, pero tampoco fue una buena idea: de inmediato, con verdadero horror, comprendió que debería adecuar sus gustos musicales.
Ya fuera de sí abordó a Carmen:
- Decime, che: ¿qué diablos escuchan ahora los jóvenes?
La mujer, que con varias cirugías a cuestas, dietas sanas, cinco litros de agua por día, gimnasio y mil cosas más no había dejado de sentirse joven, le respondió con soltura, desgranando un verdadero catálogo de nombres desconocidos para él.
Se detuvo cuando advirtió la expresión descompuesta del marido, que ya se imaginaba escuchando alguna de esas porquerías.
- A vos te está pasando algo, no me digas que no…
- ¡No me pasa nada, nada nadaaaaaa!, respondió a los gritos, de manera destemplada.
- Va a ser mejor que largues la botella, respondió ella, secamente.
- Hablando de botella (ahora parecía haberse tranquilizado), me voy a descansar un rato. Si aparece un señor alto, de unos dos metros y medio, gordo y con un turbante le decís que no estoy, por favor.
Ella estuvo por preguntarle qué tenía que ver esta locura con la botella pero pensó que la relación era muy obvia y optó por callarse.
Recostado en la cama, reflexionando sobre la aparición del genio, de la oportunidad de pedir un único deseo, se cuestionó por qué había pedido ese, sin haber pensado previamente en los inconvenientes. Sentía enojo consigo mismo por dar casi por perdida una posibilidad irrepetible.
¿Por qué ese deseo y no otro: vivir eternamente, dinero, poder, placeres…?
Pasado el rato y sin novedades del grandote, se levantó de la cama con determinación y volvió a subir al desván, aprovechando que Carmen se había ido como casi todas las tardes al gimnasio.
No había llegado a dormir, pero el sopor activó sus mecanismos inconscientes (o subconscientes, vaya a saber…), de modo que el hombre llegaba con una nueva idea.
- Vamos a ver si ahora me das pelota, dijo mirando a la botella, mientras la descorchaba.
A continuación disparó su consulta, con un efecto mágico, ya que el Genio, hasta allí esquivo, apareció de inmediato.
- ¿Cómo que tener un año más que los que llegó a cumplir Matusalén?, ¿qué sentido tiene semejante cosa?
- Sencillo, caballero, entrar al Libro Guiness.
- Mira, huevón, el riesgo corre por tu cuenta: si eliges una edad superior a los años que tienes asignados para estar sobre la tierra desde tu nacimiento, sabrás en un instante por qué en las antiguas misas oficiadas en Latín (¡qué tiempos aquellos! –suspiró-) el cura decía: “Memento, homo, quia polvum est et in polverum reverteris”
- ¿Sos chileno, che?, respondió canchero, con su mejor tonada de arrabal. Digo, por lo de “huevón”…
El turco se limitó a mirarlo torvamente y, antes de desparecer en un remolino vertiginoso, reafirmó el concepto:
- Te equivocas en un día, en una hora, en un minuto y eres hombre muerto en cuanto expreses el deseo, piénsalo bien.
Tapó la botella, cabizbajo, sin capacidad para imaginar otras opciones.
- La cagada ya está hecha, ahora hay que ponerle precio.
Y el precio era ése, no poder elegir…por lo que con evidente malhumor decidió olvidar al genio, la botella, la edad y sus consecuencias hasta nuevo aviso.
Así pasó el primer día (primero de siete, recordemos…)
Se le fueron tres más siguiendo el impulso irrefrenable de ver a la mayor cantidad posible de amigos, familiares y conocidos; de visitar los lugares más cercanos a sus sentimientos; de llamar a los que estaban lejos, o escribirles largos mensajes que transmitía a través de su correo electrónico…
En otras palabras: se estaba despidiendo, como si el plazo que le concedieran no fuera un límite para tomar una decisión sino para ser condenado a muerte.
Cuando tomó conciencia de lo que estaba haciendo se preguntó si no se estaría volviendo un poco loco.
Al amanecer del quinto día, aún semidormido, le habló a su imagen reflejada en el espejo:
- A ponerse las pilas, Juan, el tiempo se va agotando y hay que decidir algo, hermano.
La frase le dio ánimos, ¡justo a él lo iba a venir a embromar este gordito con sus acertijos! Estaba dubitativo, nomás, que nadie se confundiera. Dubitativo pero muy despierto y lúcido, por si no se dieron cuenta.
- Me parece que lo que más me conviene, para no quedar descolgado de mi entorno que es el que me condiciona pero sin el cual no podría vivir , es pedir volver a los 55 años: dejo a todo el mundo contento, ( Carmen quedaría agradecida a todo nivel de tener a un hombre fiel diez años menor a su lado), no se generarían trabas en las comunicaciones generacionales( podría hablar prácticamente el mismo idioma con mis amigos ) y, la relación con mis hijos se vería beneficiada al sentirme más vital.
Una vez tomada la decisión, el sexto día pasó calmo.
- ¿Con que te dedicaste a descansar el sexto día?, ayer se te vio muy relajado, amigo…
El Genio había aparecido de improviso, sobresaltándolo; no estaba en sus cálculos que lo hiciera sin previo llamado de su parte y ahora el corazón le latía de manera alocada. Trató de calmarse y de encontrar alguna respuesta, por no hacer un mal papel:
- ¿Seré sabatista, che?
- No, esos descansan el sábado justamente porque es el séptimo día, los amigos del norte son afectos a tomarse las cosas al pié de la letra. Supongo que lo tuyo pasa más bien por ser argentino…
- No veo la relación…
- ¡Que ustedes están siempre descansando!, pero no te ofendas, que es sólo una broma. Evidentemente el Genio estaba de muy buen humor, y de inmediato explicó por qué.
- Naturalmente ya conozco tu decisión (para algo soy un Genio), y la verdad es que debo felicitare por tu sensatez, evidentemente has comprendido cómo funcionan las cosas…
- Entre nosotros… ¡soy un tarado!, me metí solo en el brete, y no tuve otro remedio que buscar una salida más o menos digna.
- Pero… ¡te ganaste diez años diez!, ¿has pensado todo lo que podrás vivir en ese lapso?
- Sí, pero es relativo.
- ¡¿Cómo que relativo?! ¿acaso no eres hincha de River? ¿has pensado en la parva de campeonatos que festejarás en una década?
Juan vio que el tipo estaba genuinamente entusiasmado con su comentario. En un rapto de inspiración, cruzando su pecho con la mano derecha, desde el hombro izquierdo hacia el flanco derecho, en diagonal, le preguntó, con cierta timidez, ya que no podía creerlo:
- Qué… ¿acaso usted también, señor Genio?
- ¡Sí, por supuesto!, gallina hasta el tuétano. Pero no he venido a hablar de fútbol, lo que quería anunciarte es que, como premio a tu sensatez, he decidido entregarte un bonus.
- ¿Y eso qué significa?
- Que puedes pedir otro deseo, pero esta vez pequeño; alguna pavadita; nada de querer que transforme a Carmen en Julieta Prandi…
Los dos rieron a las carcajadas. Abajo, Carmen movió la cabeza de lado a lado, con disgusto: Juan ya estaba tomando nuevamente, con algún otro borracho.
- ¿De Pampita ni hablar, no?
Nuevo acceso de risa de los dos, y Carmen que seguía levantando presión.
Así siguieron, cada vez más tentados. Lloraban de la risa ante cada ocurrencia y se tomaban los estómagos, acalambrados de tanta convulsión.
De pronto apareció en escena Carmen, totalmente “sacada”, repartiendo escobazos. Antes de desaparecer prudentemente el Genio alcanzó a gritarle a su amigo que le faltaba expresar el deseo que había ganado como “bonus”.
- ¡Apúrate, que aquí el horno no está para bollos!
- ¡Un casco!, gritó Juan, a quien Carmen tenía ya a tiro de escoba en ese instante. Ambos entraron en delirio ante la ocurrencia; las risas fueron ahora tan desenfrenadas que Carmen se detuvo, estupefacta, sobre todo porque ella veía a uno solo…
- ¿Por dónde anduviste esta semana, y cómo te fue, Ymluk?, le preguntó uno de sus colegas en la reunión de Genios.
- Por la Argentina. Un chabón, saliéndose totalmente del libreto que bien conocemos (salud, dinero, amor…) se metió en un lío, pero al final logró salir bastante bien.
- ¿Y a qué se debe esa cara de satisfacción?
- ¡Ah, no sabes!, ¡hacía miles de años que no me reía tanto!
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