Era su sonrisa. Estaba seguro. Eso pensaba mientras avanzaba por aquel sendero,un tanto polvoriento a causa del veraniego sol. Sin sombra: potrero a ambos lados y el sol momentáneamente oculto por una que otra nube pasajera, la cual al seguir su rumbo delataba la candente cara del astro rey nuevamente en su esplendor, para luego de unos minutos verse nueva, y temporalmente oculto.
El verla sonreir era un deleite. Pero no podía ser sólo eso. Tambien era su mirada. Sí...definitivamente era sonrisa y su mirada.
Ella reía y son ojos se achicaban un tanto y sin embargo, al disminuir en dimensiones aumentaban en brillo.
Casi no lo habia notado, pero a causa del sol había ya empapado en sudor su camisa. Luego de unos minutos divisó a lo lejos algunos arboles escoltando el camino y apuro el paso.
La había conocido en una fiesta. Ella acompañaba a un primo suyo, quien tenía, bien merecida la fama de mujeriego. Esto le había hecho pensar que ella había sido una de us conquistas, una de tantas. Y el hecho de verla sonreir a cada chiste reafirmó ese pensar. Sin embargo, aprovechó la ausencia de su primo, quien se perdio entre la multitud, detrás de unas faldas, para descubrir que la alegría en el rostro de Adelis parecía ser permanente, y sólo cambiaba en algunas ocasiones para dar paso a un estado de contemplación mientras lo escuchaba relatando algunos fragmentos y aventuras de su vida. Lo cautivó.
Llegó al tramo del sendero que había divisado momentos antes y que, en efecto se encontraba vadeado por por una hilera de árboles a su izquierda. Aminoró el ritmo de su andar y, algo agitado por el esfuerzo anterior dejo que las sombras refrescaran su rostro y sus ropas. Ahora el camino se tornaba mas llevadero. Se perdía en una curva a la derecha, para luego cambiar de rumbo hacia la izquierda, nuevamente. Escucho un murmullo cercano, afinó el oido y pudo oir un borboteo de agua: era la quebrada cercana al camino. La senda lo llevó a descender y a girar abruptamente a la izquirda, súbitamente se encontró rodeado de árboles a ambos lados y al frente la quebrada de poca profundidad la cual, sin embargo invadía un gran área y le llenaba los oidos de chisporroteos.
Volvió a pensar en ella. Ya había decidido confesarle sus sentimientos, pero el temor al rechazo lo alejaba durante algunos días de esa decisión, para reencontrarla luego de algunos días de larga meditación. Disfrutó cual niño el cruzar del ancho cauce sobre piedras colocadas en hilera por manos samaritanas, para evitar a los caminantes la molestia de mojarse los pies. Luego de cruzar y alejarse del cobijo de los árboles se reencontró con el sol, el cual debido al avance de las horas había descendido y aminorado en intensidad.
No había vuelta atrás: iría a su casa esa misma noche y contría sus sentimientos. No pensaría en la posible respuestas para no verse nuevamente desanimado. Estaba decidido. Le confesaria su amor ese mimso dia.
El camino lo mantuvo en ascenso durante un largo trecho, sin embargo ya divisaba el final de ese tramo y se alegraba al saber que el recorrido restante era mucho mas fácil y en continuo descenso. Respiro profundo buscando el aliento para el último esfuerzo y la alegría de saberse cerca de casa; la alegría por la decisión tomada, y el recuerdo de la sonrisa de la persona amada le llenaron de nueva vida el cuerpo, y el alma. |