La niebla opaca la ciudad bajo las luces, mientras tu silueta se esfuma en el desierto de las sombras. Mis ojos no dejan de mirar tu mortecino cuerpo naufragando con la soledad abultando el paisaje de las calles; me acerco a la vez que tu me espías con las pupilas entornadas:
- Siempre estas presente, ¿Verdad? – pregunté asomada a tu silencio.
- Siempre que tu sigas el recorrido de mis huellas – respondiste sonriente.
- Me llevas contigo como un suspiro imposible de sacar – volví a decirle mirando su figura.
- Soy tuyo, tu reflejo, la soledad de tu semblante...
- El amor que ronda a cada paso... – sugerí inmersa en sus palabras.
- La vida corriendo entre tus dedos como una mariposa antes de partir – continuó con sus labios abiertos a mi asombro.
- No dejo de pensarte rozando mis secretos, atrapada en el fluir de tus encantos... – susurré inmersa en su figura.
- Vos también estás en mí con tus fragancias y emociones, pero el tiempo se avecina entre los dos...
- ¿Podremos amarnos para siempre? – pregunté absorta de sus frases.
- Por eso nos hemos encontrado – esbozó mientras sus manos se adentraban en mi pecho como una daga punzante e infinita.

Las luces se fueron diluyendo en el anonimato del anochecer, detrás el frío se había apoderado de la tierra junto con mi alma como un leve susurro que no dejaba rastros. Nunca más te volví a ver, a veces tu recuerdo traspasa el hueco de mis ojos como una tibia morada pasajera, otras sólo duermo en soledad a la par de los mortales.

Ana Cecilia.