Mi madre estaba echada en su cama. Sus ojos entornados como los de un mapache me dio la sensación de estar frente a un fantasma. Me acerqué y le dije que había orado por su salud, le mentí, Gracias hijito, me dijo. Le sonreí, le di un beso en la frente y sentí que besaba una lápida. Olía mal, como a hierbas fermentadas, remedios caducos. Acaricié sus manos apergaminadas, y ella cogió las mías. Era mi madre, la quería, y ella a mí, pero, había algo en su entorno que no podía ver, pero sí sentir. Tal como su niño me eché a su lado y cerré los ojos un momento. De pronto, escuché que mi madre hablaba con alguien... Salté de la cama para ver de quien se trataba, pero no había nadie mas que mi madre frente a la pared, murmurando algo indescifrable. ¿Con quién hablas, mamá? No parecía escucharme, y continuó hablando bajito como un globo desinflándose. Sentí un escalofrío en mi espinazo presintiendo algo extraño... ¡La muerte!, pensé. Me sacudí la cabeza sintiéndome arrastrado por aquella experiencia. Aun así no dejé de advertir que estaba ante el umbral entre la vida y la muerte. La atmósfera se hizo densa, como si todo el aire que respiraba saliera de un pomo sucio, y el color del cuarto se volviera sombrío. Miré a mi madre y ella continuaba susurrándole a la pared. Le cogí las manos, y no la sentí, era como si tocase espuma aglutinada, un globo de agua... Me acerque a su lado y observé que su rostro se hacía transparente, rosáceo. Una orla plateada entornaba todo su cuerpo. Se muere, me dije en silencio, y ante esto, me puse a orar. Y oré durante toda la noche, arrodillado frente a la cama de mi madre, y no me detuve sentir los trinos de un ave anunciando la aurora del día. Me acerqué para ver a mi madre y la encontré echada en su cama, con los brazos cruzados, una sonrisa de niña y los ojos sueltos y sin brillo... Bajé la cabeza y me puse a llorar. No iba a detener mi dolor por nada cuando sentí el mismo escalofrío serpenteando mi espinazo. Alcé los ojos con rabia y vi a mi madre sentada en su cama, mirándome como si yo acabara de nacer. Madre, le dije, pensé que estabas muerta... Lo estoy, me dijo. La continué mirando y ella se acercó hacia mí, dándome un beso en la frente como si yo fuera un bebé. Gracias, le dije, y luego, la vi volver a echarse en su cama, cerrar los ojos y dormirse en paz, para siempre... Me levanté, y empecé a caminar hacia fuera del cuarto, cuando sentí que un calor empezaba a llenarme el alma. Gracias, le dije a la muerte...



San isidro, julio de 2006