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Bienaventurados los que fracasan porque en ellos la voluntad se ha rebelado.
El miedo a que la hoja permanezca en blanco nos obliga a fragmentarla con palabras. El resultado es calidoscópico, azaroso, irrepetible. La superficie jamás podrá volver a ser de una sola pieza, ha estallado, sus fragmentos están dispersos por el mundo y las imágenes que producen son irreconciliables. Quien se observe en este espejo roto encontrará su rostro lleno de cicatrices; como el monstruo de Frankenstein, descubrirá que su cuerpo, su mundo sensible, es varios cuerpos; como el poeta, dirá que yo es otro; como el hereje, que su presencia en el mundo es catastrófica y por lo tanto milagrosa. El libro no debe ser capaz de responder a la pregunta por su procedencia. El autor debe desconocerse. Comienzo de nuevo.
Bienaventurados los que fracasan por confundir la j con la r y la p con la b; ellos tienen ojos de oro y llevan besos en la cartera, sus deudas son dulces, sus mujeres son esbeltas y sus afirmaciones ininteligibles.
El escritor, como el pistolero, está dispuesto a desenfundar su arma a la menor provocación. Los dos llevan el olor de la pólvora en las manos y la sed del desierto en la garganta. Ambos son inmortales hasta el día de su muerte, son fugitivos y asesinos de plegarias; evitaron, dinamita de por medio, que el tren que se dirigía de a hacia b llegara a su destino; tienen el corazón en las praderas y los pies en el condado “buen whiskey”; han ayunado bajo el sol, junto a los cráneos descarnados de las vacas. El escritor y el pistolero siempre tienen buenas coartadas y el dedo en el gatillo. Sólo hay diez segundos para amar.
Bienaventurada la poesía que carece de poemas, bienaventurado el poema que pierde las palabras, bienaventuradas las palabras que faltaron a la cita.

La savia de tu cuerpo desemboca
En el amanecer glorioso de tu sexo:
Líquido sol de belleza irreprochable,
Nube de vapor salado y loco.

Tu saliva es cristal clarividente,
Veneno glorioso, vid mortal,
Estrella de sabor radiante,
Perla de rostro iridiscente.

Escúpeme otra lágrima
De tu gélida sangre mezcalina;
Inyéctame otro de tus besos
De ninfa mal pagada.

Tus hombros son nieve abrasadora,
Sílfides diáfanas de antaño,
Monodia de mi azul, del más intenso,
Promesa de mar sobre tu espalda.

Lleva mi sangre hacia otros versos
Que no tengan tatuado el desengaño
Y ahoga mis palabras en el hielo
De tus árticas y oscuras bragas.

Más ahora que antes alimento
Mis memorias con tu luz mojada
Que deviene amor eterno y silencioso
En tus pupilas álgidas.

Bienaventurado el blues de las ciudades y sus desventuras.
Su mirada penetra en la lente de la cámara, su mirada asesina al tiempo, su mirada estimula el apetito y cuestiona los valores de la humanidad. Ayer fue día de fiesta, día de cielos vestidos de rojo. Un rumor dice que estás muerta; otro rumor dice que soy culpable. Ciertas personas estarían felices si esto fuera una confesión. Ciertas mujeres creen que soy bastante sexy.
Pero he decidido que la paciencia es una virtud, tal vez la única. He decidido dejar para mañana lo que pude haber hecho hoy. Tal vez decida entregarme a cualquier obsesión.
Y ahora vienen a seducirme tus palabras. Tu garganta exagera cuando reclama mi nombre. Dejé de ser una promesa y me convertí en una realidad perenne; sin embargo, estoy conciente de que merecía ese fin.
Acércate un poco para que pueda romperte la cara, arañar tus piernas con la rabia de mis sulfúricos anhelos. Tú sabes que siempre he querido conmoverte. Aprendí a cantar para permanecer líquido en las entrañas del olvido... y así llegué hasta aquí.
Pude confiscar la ilusión de tu monotonía, mas fui demasiado ambicioso y te dejé extraviada. Nos arrellanamos juntos en el oscuro pantano de la marea plástica que brotaba de tus mejillas hasta mi corazón. Aún puedo escucharte pedirme prestado un trozo de mi inspiración. Y yo que pensé que ésta era sólo mía.
Y estas imágenes que no cambian. Estos paisajes que nunca envejecen. Nosotros también fuimos ligeramente infinitos. No volveré a llorar; aullaré como el cielo cuando engendra montañas.
La piel te quedaba ajustada al cuerpo, el cuerpo le quedaba corto a tu alma. Es una lástima que tu estómago fuera más pequeño que tu corazón. Al menos jamás padeciste hambre.
Y ahora, después de no sé cuánto tiempo, decido estacionar mi auto y caminar un poco, un poco más, y me avergüenza admitir que ya no queda nada o casi no queda nada. Dios, mi vida por encontrar la locura.
Qué se siente despertar y no ver, dormir y no sentir, amar y no coger. Mañana será otro día, como suelen decir. Los ritmos están cambiando.
Pero si cambio de ritmo o de lugar, también cambio de forma y realmente no lo deseo; sin embargo, cosas peores han sucedido. Qué fue de aquellas tardes huérfanas que mamaban tequila de nuestra concupiscencia. Olvidemos todo para que la sangre vuelva a coronar el río. Pero estoy vivo y eso debe ser suficiente.
La memoria vive hasta que el cobarde quiere.
Nos conocimos alguna de esas tardes en que la emoción viaja con un poco de miedo. Lo primero que noté de ti fue la falta de pasado: eras, eres todo presente. Tenías, tienes las piernas de una virgen. Creí que estabas ansiosa por conocerme y no me equivoqué.
Una mujer desplegaba su belleza sobre la espalda de un jabalí. El cielo optó por un tinte negro para teñir sus canas (qué ridícula forma de decir que anocheció.) Tus tetas me convirtieron en asesino. Tus irredimibles nalgas me llevaron de la guerra a la venganza y tus dedos socratizaron mi corazón. La muerte anida en el pálido semblante de tu coño.
A las tres de la mañana la noche se preguntó qué había hecho durante su corta vida y, antes de morir, se arrojó envolviendo las piernas de una hermosa mujer que yacía sobre un sofá. Se quitó las medias y ver aquello me recordó los primeros minutos del amanecer. Me entregó su espalda y adiviné las páginas de una novela erótica escribiéndose entre su cabello negro. Cerré mis ojos y vi brotar un mar de sangre. Escuché un coro de plegarias que se mezclaban con el insoportable dolor de una herida.
Ella se agitaba y yo veía un montón de soldados huyendo de una granada a punto de estallar, un perro aullando y la luz cambiante de las notas de una guitarra eléctrica. Seguí mi camino, siempre hacia delante. Hundí mis dientes en el hombro de aquella mujer y de la herida vi brotar un par de alas que se teñían de sangre. Una ola de fuego humedeció mis brazos y al mirarlos vi que tenía entre ellos a un recién nacido; la criatura se burlaba de mí. Un hombre bastante gordo derramaba sus lágrimas de sebo sobre el cuerpo devastado de mis alucinaciones. Un escalpelo dibujaba una línea de sangre mientras, en la cocina, un demonio hervía a nuestros ángeles de la guarda y los desplumaba lentamente. Respiré el melancólico aire de verano y percibí la intrusión del otoño en lo más noble de mi corazón adolescente.
Bienaventurados los que tienen valor para prometer y astucia para no cumplir; los que viven y desviven por y en otros cuerpos. Bienaventuradas Justine –el lienzo, la hoja en blanco- y Juliette –el pincel, la pluma-. Bienaventurados los que incursionan en el continente oscuro.
Tu cabello es hermoso. Ella lo sabe e inclina su cabeza como quien busca una respuesta en la pared. Tu cabello es hermoso. Ella quiere responder Te amo. Tu cabello es hermoso. Ella no tiene palabras.
Permíteme besar tu cuello. Error. No quise ofenderte. Demasiado tarde. Por qué yo, por qué a mí. Él adivina sus pensamientos. Por qué no tú, por qué no a ti. Lágrimas de hombre y lágrimas de mujer. El dolor es promiscuo.
Ven, siéntate a mi lado, sólo quiero saber que estás aquí, nada más. Segundo error. Por qué lo dudas en la húmeda mirada del hermoso cabello. Perdóname. No digas eso en unas suaves manos que acarician un rostro masculino.
Ahora la mirada húmeda es una mirada fangosa. Él sabe que no queda más por hacer y se tumba sobre la cama y se rasca la cabeza y cierra los ojos, pero él es hombre y necesita la piel que ella esconde bajo el poliéster.
Un impulsivo abrazo, un montón de besos sobre la nuca. Ella acepta la invitación de su amante, pero de frente, no como animales, no como perros. Él la busca y no la encuentra. Él dice Te amo Te amo Te amo y ella trata de complacerlo y llora porque no lo consigue y él dice Te amo Te amo y ella se asfixia en un grito que se ahoga y él dice Te amo y se va a dormir en otra cama.
Ella no tiene boca. Su rostro es una cascada transparente con dos ojos profundos y una pequeña nariz cuyo borde inferior se resbala hasta la muerte porque ella no tiene labios que se abran ni dientes que muerdan ni lengua que responda.
Bienaventurados los que no madrugan porque no esperan ayuda divina; los que no oyen consejos y por eso no llegan a viejos (viven jóvenes por siempre.) Bienaventurados los árboles torcidos porque en sus ramas se ahorcan los burócratas, los empresarios y sus abogados. Bienaventurado el texto que no tiene pretexto.
El libro es huérfano, prodigio, espejo, espejismo, arco, flecha y blanco; búsqueda, desencuentro, provocación, luz amarilla del semáforo, oferta que demanda, demanda sin oferta, precipicio, trampa. El autor no necesita sino su necesidad; escribe porque quiere, aunque no quiere lo que escribe, es antilogía, es quiasmo.
Bienaventurados los que dudan de Descartes, los que buscan las letras pequeñas en el contrato de Rousseau, los que existieron antes y después de Sartre, los que amanecen siendo otra y la misma cucaracha, los que se perdieron en el paraíso de Milton, los que recorrieron el trópico de cáncer; los nombres olvidados y los que olvidan los nombres porque, finalmente, el nombre es lo de menos.

Texto agregado el 18-07-2006, y leído por 149 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
31-10-2009 Textos con verdad y si, bienaventurados los que dudan... poe85
26-01-2008 Deberían leerlo más personas, es notable su arte y talentosa pluma.5 on-line
 
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