Estaban sentados muy juntos, pero sus cuerpos no se tocaban. Él hablaba muy despacio y ella sonreía casi todo el tiempo. No sé por qué vino a mi mente la letra de una canción que no me gustaría reproducir; no obstante, parcialmente, lo haré: “What's that playing on the radio/ why do I start swaying to and fro/ I have never heard that song before/ but if I don't hear it anymore/ It's still familiar to me, sends a thrill right through me/ Cause those chords remind me of the night that…” Me sentí molesto. Deseé ser un radiorreceptor y que alguien, yo, viniese a cambiar la sintonía.
Comienza a llover y me entretengo con el gentío y sus adustos paraguas.
-Disculpe, ¿qué hora es?
-No tengo la menor idea.
Trato de corregir mi falta de cortesía, pero el hombre de cabello cano y untuoso, manos largas y afiladas, barba espesa y bien recortada, gafas grandes (muy grandes con relación al tamaño de su rostro), labios enjutos, cejas asimétricas, dientes horrorosamente blancos y orejas puntiagudas (¿tendría cuernos?) se ha marchado.
Silencio, silencio, creo que la escucho pronunciar mi nombre.
Silencio, silencio, somos dos perfectos desconocidos.
Somos dos perfectos desconocidos, creo que la escucho pronunciar mi nombre.
En realidad no estaban sentados, pero sí muy juntos, demasiado. ¿Se puede estar demasiado junto? Yo creo que sí. En fin, ella hablaba de un tal señor x y me pareció que él, Juan, se ponía celoso. Pero ¿cómo puedo saber que el señor x no era realmente el mismo Juan en una de esas tardes en que pierde el control y le da por disfrazarse? ¿Cómo puedo saber que Juan no era, disfrazado, el hombre de cabello cano y untuoso, manos largas y afiladas, barba espesa y larga cola que me preguntó por la fecha de la resurrección de Jesús? ¿No fue Juan un hombre enviado por Dios? ¿No fue Juan (1:15) el que dijo: “Este era del que yo dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo.”? Tuve mis dudas.
En fin, la nieve caía violentamente sobre las cabezas desnudas de los transeúntes. Unos miraban a otros y éstos a los que no temían el gélido viento que zahería a los humildes.
-Hermano, dile a mi maestro que parta su herencia.
-Amigo, codicia el cuidado porque sus posiciones no les dan la vida.
Un pordiosero dijo: “¡Pobre loco! Esta misma noche te reclamo tu alma.
Lo que nunca pude entender fue por qué aunque él hablaba muy despacio ella sonreía casi todo el tiempo y ninguno parpadeaba.
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