El 20 de julio de 1969 conmocionaba al mundo la noticia de la llegada del primer hombre a la Luna.
El comandante de la Apolo 11 NEIL ARMSTRONG, a bordo del módulo lunar Eagle, se convertía en la primera persona en pisar el suelo de nuestro satélite terrestre : la Luna.
Acompañado en la misión espacial por Edwin E. Aldrin y Michel Collins, se aseguraba un lugar en la historia. Hombre sencillo, de no grandes apariciones públicas declaraba al regresar a Tierra:
"Esto es un pequeño paso para un hombre y un paso gigante para la humanidad”
Han pasado tan sólo 37 años desde entonces. La ciencia y la astronáutica han seguido aportando logros y progresos, descubrimientos, avances.
Muchas cosas han sucedido (y suceden) en el mundo desde aquel día en que el hombre diera su primer paso en suelo lunar. La humanidad pareciera no tener tregua; y el asombro tampoco.
A principios del 2000, la novedad sonó más a locura que a verdad concreta : desde hacía un par de años “se estaban promocionando la venta de parcelas en la Luna”. La cara visible del satélite pareció perfilarse como la más indicada para el negocio inmobiliario desde que en 1998 la NASA confirmaba que la sonda Lunar Prospector había detectado la existencia de un vital elemento para la vida: “agua”. La oferta inmobiliaria se enriquecía con el anuncio a favor de los posibles “compradores” sobre los beneficios que les otorgaría ser “propietarios” de todos los minerales del terreno, y la posibilidad de reclamar en un lapso estipulado de tiempo el dinero invertido si se comprobaba la existencia de algún cráter poco soleado y sin agua.
Ventajas son ventajas y la propuesta no tardó en extenderse a Marte. A su favor tiene que es un planeta, no está tan expuesto a la vista de una muchedumbre de curiosos inoportunos, y cuenta con zonas privilegiadas como las “Pirámides de Marte”. La posibilidad de encontrar algún vestigio de vida en el planeta encendió la chispa lucrativa de inversores y delirantes.
Imposible no recordar los cuentos de ficción que escribiera Ray Bradbury. “Crónicas marcianas” y todas las expediciones espaciales dónde los terráqueos muestran su ávido interés por colonizar Marte.
¿Pero dónde comienza esta locura? Hacia el año 1980, el empresario estadounidense Dennis Hope, ávido de nuevas inversiones lucrativas, futurista, ni lerdo ni perezoso proyectó un gran salto en los negocios y crea lo que llamó la “Embajada Lunar”, una “macro empresa”, por decirlo de algún modo, que abarca el espacio ultraterrestre. Legalmente se “ampara” en el ”TRATADO SOBRE EL ESPACIO EXTERIOR” que las Naciones Unidas firmara en el año 1966 y entrara en vigencia en el 1967, tan sólo dos años antes de que Neil Armstrong llegara a la Luna. Dicho tratado refiere a “los principios que deben regir las actividades de los Estados en la exploración y utilización del espacio ultraterrestre, incluso la Luna y otros cuerpos celestes”, y establece que los “Gobiernos de la Tierra no pueden reclamar propiedad alguna sobre trozos en la Luna” pero no dice nada sobre las empresas o ciudadanos individuales.
Aunque parezca difícil de creer, la “Empresa Lunar” pronto logró expandirse más allá de EEUU subsidiando sedes internacionales en varios lugares del mundo como: Bélgica, Londres o Pequín.
Los chinos, fascinados por el éxito de su país en las misiones espaciales tripuladas, desde el 2003 comenzaron a ver con beneplácito el conveniente negocio de asegurarse una propiedad en sitios siderales. Fue vox populi cuando Li Jie, director de la sede china subsidiaria de la Embajada Lunar, aseguró enfáticamente que en el negocio inmobiliario ultraterrestre:
“...el potencial de incremento de su valor es ilimitado” ya que otorga al propietario el derecho de usar los minerales que haya desde la superficie hasta tres kilómetros por debajo de ella..."
El delirio parecía concluir cuando el Gobierno Chino decidió tomar cartas en el asunto y sentenció a la sede china de la “Embajada Lunar” por alteración del orden económico y social, especulación y violación de las normativas legales. La intimó a restituir el dinero invertido a todos los ciudadanos chinos que hubiesen realizado con ellos alguna operación inmobiliaria. Seguido a esto le “retiró la licencia” para seguir con la venta de parcelas lunares.
Sin embargo, a penas unos meses más tarde, el tema vuelve a ser noticia. No sólo porque el Gobierno Municipal de Pequín rectificó su decisión luego de varias apelaciones realizadas por la Embajada Lunar y del pago correspondiente a la multa impuesta por la Administración de Industria y Comercio, sino porque además “le permite incluir en su negocio otros espacios planetarios”, por ejemplo: Venus.
A esta altura, delirio o no, me pregunto y pregunto ¿de quién es la Luna?
El vacío legal del derecho internacional para tratar estas cuestiones del espacio ultraterrestres es tan visible que todo me hace pensar que la historia vuelve a repetirse una vez más. La quebrada cooperación internacional para tratar cuestiones del derecho sobre el espacio ultraterrestre (y otros) está muy lejos de dar lugar a un derecho positivo del mismo. Y mucho más ante semejante locura.
Lo cierto es que el diario búlgaro “Standart” de Sofía, en su edición del 26 de marzo de este año, aportó algunos datos más que me ayudaron a entender estas lamentables cuestiones, (y que me resisto a aceptar):
“la compañía gringa en un período de veinticinco años contaba ya con unos tres millones de personas de 180 países que ya habían adquirido terrenos en el satélite natural de la Luna.”
Razón por lo cual consideraban un muy buen motivo para la apertura en Plovdiv de una nueva sucursal de la compañía gringa.
Recientemente, “Embajada Lunar” recibió un impensado respaldo que acrecentó sus ventas. Stephen Hawking aportó su granito de arena. Disertó sobre las vicisitudes que enfrenta el planeta Tierra: una posible guerra nuclear, el calentamiento global, un virus mortal.
Y tras una visión fatalista sobre el futuro en este mundo, alentó a los seres humanos a expandirse por el espacio en pro de la supervivencia humana.
Difícil rebatir los argumentos del afamado científico británico Hawking, basta con mirar un poco a nuestro alrededor para no desconocer las difíciles y aberrantes situaciones que muchos padecen en este, nuestro, planeta Tierra Pero todo parece indicar que sus conjeturas para alentar al hombre a extenderse en el espacio para resguardar la supervivencia humana dista mucho de ser equitativa. Atreviéndome a una visión darwinista, diría que el “más apto” es aquí sinónimo del “más acaudalado inversor”.
Me pregunto si Hawking estará al tanto de tantos negociados inmobiliarios. ¿O tal vez integre la lista de los famosos y adinerados que conforman los clientes de “Embajada Lunar”? No obstante su pregunta lanzada en internet: “¿Cómo puede sobrevivir cien años más la raza humana en un mundo que se encuentra en caos?” recibe a diario miles de respuestas, crece el debate y ojalá muchos puedan tomar un partido más esclarecedor sobre nuestro futuro en este planeta. ¿Será así?
¡Paren el mundo que me quiero bajar! No, mejor no. No sea cosa que me despierte un día entre cráteres lunares con el consabido cartel de “inmigrante terrestre ilegal e indocumentada”.
Han pasado sólo 37 años de aquel memorable 10 de julio de 1969. Me gustaría saber que opina Neil Armstrong al respecto. El primer hombre que pisara suelo lunar ha decidido mantenerse alejado del mundanal ruido de los grandes inversores y vive sus días en una granja de Lebanon, Ohio.
Si usted está pensando en renovar su casa, adquirir alguna propiedad para su fin de semana, o simplemente viajar a algún lugar lejos del mundanal ruido, ¡relájese! Disfrute un buen puro y medite sobre la grandiosa y futurista inversión lunar. ¿El costo? ¡Créame! Es por estos momentos muy accesible. Usted sabe, los negocios son así: El que llega primero tiene la fortuna en sus manos.
¿Se arriesga? ¿Yo? No, gracias. Por ahora prefiero pasar mis días en alguna montañita olvidada.
Maria Rosa Perea : Shou
Buenos Aires, 17 de julio de 2006
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