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Blanca luz, la del amanecer.

Lázaro engulle su ración de cereales, acariciándose el pecho con las uñas mordidas. Lázaro mira al vacío un rato, mientras la mañana se despereza con él, luego cambia sus zapatillas de cuadros, por los zapatos viejos con los que anda tan cómodo. Lázaro entonces, sale al pasillo, cerrando la puerta con llave, dejando el piso en el que ha vivido estos últimos dias.

En el portal, se santigua, y se abre paso hasta la calle, empujando la mampara de cristal con las dos manos.
Los viejos zapatos pisan la acera, mira a un lado y a otro de la ancha avenida y la encuentra vacía, sin coches ni gente, y piensa: “ya queda poco”.
Y empieza a andar con lenta parsimonia, mientras pasea su mirada por las calles y observa cada objeto, gastado por el tiempo, Lázaro ve la antigua Betania, a su hermana María y al extranjero, el Mesías, que le hablo, diciéndole “levántate y anda”, y así lleva andando desde ese momento. Aunque ya solo lo separen quince estadios de su meta.
“El que cree en mi, aunque este muerto vivirá. Y todo aquel que vive y cree en mí, no morirá eternamente”, y Lázaro cree en él, y paga el precio, lo lleva pagando miles de años. Cuatro días muerto, y el resto de su vida arrastrándose por el mundo, ni las marcas en su piel, ni la comida en su boca, lo sacian, ni lo condenan.

Desde que huyo de su casa, con los sumos sacerdotes conjurando para acabar con él, no ha vuelto la vista atrás.
Hasta ahora.
Lázaro se ha hartado de estar solo, lleva miles de años de soledad, primero en compañía y luego, cuando la raza que lo vio nacer escribió su agridulce final, él la miró en silencio, la arropó y le cojió la mano, en su lecho de muerte. Y luego, volvió a sentirse solo. Más todavía, si era capaz. Y desde entonces ha reunido fuerzas para recorrer estos quince estadios.

Lázaro camina sobre las ruinas de la civilización, pasa delante de puestos derruidos y edificios derrumbados, sitios que contuvieron vida y en los que ahora solo quedan recuerdos y polvo.
A su lado, un supermercado desierto, las puertas rotas, y los cristales amarillentos por el calor, y a su izquierda un edificio de grandes vidrieras, que asemejan gigantes bocas silbando el viento entre sus dientes.
“El camino esta vacío”.
Lázaro decide no pensar, solo dar un paso delante de otro, y seguir adelante.

Ya perfila su meta al final, ve la piedra y las lágrimas ruedan por su cara, los viejos zapatos gastados crujen en la arena con un “crec”.
Lázaro mira al cielo y contempla el mundo con ojos viejos, cansados por los colores y sabores convertidos en ceniza por el tiempo. Y recuerda el árido monte calvario, donde la luz se extinguió del mundo, abandonándolo a su suerte, perdido y olvidado entre los hombres, sin saber si fuera premio o castigo.

Lázaro llega (por fin) a su sepulcro, y reza por poder levantar la piedra, porque ya no queda ningún hombre vivo para ayudarlo en esta tarea.
Y la piedra se levanta y Lázaro entra en la cueva que le vio despertar a su nueva vida, con un sonoro suspiro, mira la oscuridad de lo conocido, y con él, el último hombre desaparece para siempre.

Texto agregado el 17-07-2006, y leído por 118 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
20-07-2006 Me has hecho meditar, es un texto muy profundo que me ha gustado mucho leer, este tipo de mensajes quiero llevarme a la tumba, junto a Lazaro. Gracias. luccas
 
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