Las carcajadas eran imposible de parar, el estomago de Juan se batía a un ritmo frenético al compás del eco de la risa. Luisito y julito saltaban a su alrededor haciendo morisquetas y poniendo caras graciosas. Una fuerte tos interrumpió la algarabía, Juan se había ahogado de alegría y ahora tosía fuertemente. Desde su nacimiento era asmático, lo que no impedía que riera diariamente. Los niños se quedaron quietos y veían como se encendían a fuego lento la cara del ahogado. Los muchachos con expresiones de miedo no sabían que hacer, Juan lentamente pudo respirar con mayor libertad, y al ver los rostros aterrorizados de Luis y Julito, no pudo aguantar más y estalló nuevamente en risas.
Juan, siendo mayor que Luisito y Julito, sabia que la risa era una de las mejores cosas que tenia la vida. Recordaba la vez que fue al parque de diversiones con los muchachos y los padres de estos, se divirtieron a lo grande, se montaron en todas las atracciones, corrieron por todo el lugar, jugaron a las escondidas, hicieron, claro sin culpa, que un señor se mojara toda la camisa con un refresco que cargaba Juan en la mano. Ese día se había llevado un fuerte regaño, los padres de julito y luisito le dijeron que ese no era un comportamiento apropiado, que el era mayor y tenia que dar el ejemplo, que eso hubiera sido aceptable en los muchacho pero no en él, en fin toda una longaniza de argumento, que solo lograron que su risa no parara hasta que llegaron a la casa. En la casa se levantaba todos los días, abría las ventanas y disfrutaba del aire auroreño. No se conformaba con oír los pajaritos, los buscaba con la vista y observaba como en las ramas cantaban llenos de orgullo. Desde la ventana trataba de oler las flores, al no lograrlo, se imaginaba su aroma y observaba sus colores felices.El era el alma de la casa, todos los que vivían allí, le saludaban con efusividad en las mañanas y reían con sus ocurrencias.
Como todos los domingos, se sentó ante la mesa y desayunó de la manera mas sana que pudo, se levantó con una amplia sonrisa y fue a su habitación. Allí, se vistió con pulcritud y cuidado, Al estar listo, se sentó en la mecedora del balcón. Recordó su imagen en el espejo cuando se hacia el nudo de la corbata. Juan se sintió bien, a pesar de sus noventa años su aspecto era aún de humano, se rió para sí. Se acordó del día que decidió mantener su espíritu de niño para toda la vida, la mejor decisión de su existencia. Oyó la puerta principal del asilo, eran sus nietos luisito y julito que llegaban para la visita dominical. Juan se levanto de un salto, comenzaba el tiempo del juego y la risa.
Autor: H.G. CIBELE
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