Sentado en aquel ajado sillón, con su fiel vaso de ron limón de segunda, frío en su mano, no podía evitar ver la escena con algo de desprecio. Sí, eran sus amigos, los mismos con quienes solía conversar e incluso revelar intimidades de vez en cuando. Pero era innegable que sentía -por qué no aceptarlo- desprecio por todos ellos en ese momento. Quizás era su retorcido concepto de orgullo, que muchas veces deformaba en verdadera soberbia; o tan sólo un simple sistema de defensa, una especie de compensación o sublimación. La banalidad de la escena le asqueaba, se sentía lejano, le repugnaba el ambiente y el actuar de sus amigos.
Se sentía superior, como si todo lo que le rodeaba fuese indigno de él. Y, sin embargo, aquellos sentimientos que tanto trataba de racionalizar lo hacían sentir al mismo tiempo culpable. Su educación cristiana, lo quisiera o no, había calado profundo en él. No podía mirar a otros con un concepto de superioridad sin sentirse culpable (lo cual, por cierto, parecía ser lo único que limitaba su egoísmo y soberbia). Pero, bien en el fondo, reconocía que todo aquello en que basaba su teoría de superioridad, su calidad de mejor que los otros, podía ser no más que un patético autoengaño. Tal vez su deseo de ser mejor que los demás era tan fuerte que lo nubló, haciéndole creer que en verdad lo era, siendo la realidad distinta. Quizás sólo su percepción y punto de vista, en conjunto, lo habían llevado a poner sus pensamientos por sobre la realidad, aunque al final, ¿qué es la realidad más que lo que percibimos?. No, no podía ser tan débil como para conformarse con un simple autoengaño, con una perspectiva tan cerrada y personal.
Se prometió a si mismo, como tantas veces lo había hecho ya antes, probar su superioridad mediante hechos concretos. Hasta ahora había probado su talento en ciertos ámbitos, pero la prueba final aún no llegaba, le tomaría posiblemente toda una vida conseguirla. Pero aún era joven, aún había tiempo, tanto por invertir como por desperdiciar. Con algo de esfuerzo se levantó del sillón y caminó hacia sus amigos, en el camino llenó su vaso una vez más y encendió un cigarro de marihuana. Intentando, mediante la inconciencia, ahuyentar aquellos incómodos pero verdaderos pensamientos. |