| IEn un pueblito redondo
 descansan los restos
 de un inventor despierto en el silencio.
 Su taller escondido
 donde duerme el olvido
 del viejo amigo
 que escucha y grita al oído;
 tiene tanto que contar,
 ha revivido de la muerte una vez más
 y se sienta tranquilo
 sin parar de hablar,
 sin darse un respiro.
 
 II
 Las luces que nunca apaga Ursula
 con el cansancio en los hombros,
 el alma corrompida por el dolor
 de las idas de su familia
 le calan los huesos cada vez más hondo.
 
 III
 El frío que nunca llega
 al cálido pueblo redondo;
 la muerte tiene su meta,
 el conocimiento su receta,
 la casa más grande,
 el enemigo acechando,
 el aire siempre puro de la bondad,
 el recibimiento siempre cálido a la humanidad.
 
 IV
 El guerrero que llega con su guerra
 y que luego de 20 años se olvida,
 el guerrero fiel que se hace amigo
 del que alguna vez fue su enemigo.
 Y cuando ya no queda gente
 originaria del pueblo escondido,
 llega el gringo bananero
 en el tren nunca querido,
 y mata sin piedad al que no conoce,
 al dueño del pueblo escondido,
 y lleva cada invento
 que alguna vez el inventor muerto quiso,
 el de los sueños futuros;
 y el del oro en  pescaditos
 que coronel siempre digno,
 pero sin una gota de amor
 en el corazón de soberbia podrido.
 
 V
 Y ella, la mujer, madre y esposa,
 la abuela valiente y primorosa,
 ciega y con olores y colores en la boca,
 deseando la salvación de su ser querido,
 es olvidada y ahora estorba
 cuando todavía le pide al cielo que espere
 para curar la deshonra.
 
 VI
 Macondo, el pueblito alguna vez escondido
 que espera que se determine al fin su destino,
 llora por lo que alguna vez
 el conquistador le convino
 y ya no quiere estar más al lado del camino,
 en la ciénaga fértil
 del mar encañonado por el desierto
 en la tierra del milagro,
 en la tierra de la soledad,
 de los 100 años confundidos.
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