Eres ese humo que se escurre por mi pelo y se esfuma entre la gente, el humo que hace llorar mis ojos y me alivia por dentro. Eres ese, mi cigarro de amables momentos de tranquilidad, la apuesta segura a convertirse en el mejor de mis vicios y el cáncer de los días que aún no pasan. Eres el café, obscuro e impenetrable, pero inconfundible y agradable, mas te preguntas y no sabes quien soy, pero ¿quien soy yo?, sino el que te fuma y toma sin que te percates de ello, el que te disfruta todos los días a la vuelta de cada esquina gracias a la boca y mano de cada uno de los adictos, pero soy yo, el único que se percata y te tiene por cada y a cada momento mientras fuma, porque esos hombres que también te tienen y te prueban no son más que hombres de un solo corazón, quienes se conforman con el cigarro y no pueden ver la belleza de la nicotina en la sangre, del humo destruyendo sus pulmones y del cáncer que yo tanto deseo para mí.
Me río con mi instinto asesino porque veo, mientras fumo, el cigarro y el café que eres para mí. Precisamente ese cigarro y el café que son mi excusa para no decir lo obvio, para convertirme en confesor solapado del eterno cariño que siento hacia quien comparte conmigo el momento o el recuerdo ineludible de una sonrisa en el olvido.
Me rió con complicidad, porque mientras fumo y tomo el café, a solas o contigo, te estoy diciendo todo y todo entre líneas, porque es este café en la mano y el cigarro entre mis dedos una forma escurridiza de decirte que te quiero, no solo en mi boca, sino en mis pulmones y mi sangre.
Ya no tienes salida, estas en ellas sin saberlo, y si yo alguna vez te dejara o me dejas tú, mi único y bendito vicio, pues entonces me alegraría por este cáncer que me espera y recuerda que alguna vez estuviste en mi sangre y en mi boca…
Con amor y cariño, para Betzabé. |