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Fue en primer año. Llegaba tarde, lo que no dejaba de ser raro, por lo menos desde que era un tipo “serio”. Pienso a veces que fue consecuencia de la fuerza de una naturaleza sobresaliente alterando el orden de las cosas, como los enfermos alteran el débil y “sano” esquema de lo que nosotros llamamos vida.

Probablemente y, como sucede siempre, mi piel lo sintió aún antes que mi cabeza. Naturaleza sobresaliente llenando mi vida, sonrisa entre dientes y un modelo indiscutible de verdad y melancolía, libre de idealización, libre de truncamiento. No lo sabía entonces, mi piel lo sabía. Lóbulos confusos y certeza atemporal, ya no lo dudo. El as de corazones había conocido al káiser, el káiser de diamantes.

Las semanas se sucedían rápidamente, en lo que a mi parecer eran eternas vorágines de conocimiento muerto. Pese a todo el káiser brillaba, reflejo de almas podridas y corazones mezquinos, reflejo de melancolía y “nostalgia” de recuerdos ajenos. Dueño de de un fútil pero estoico convencimiento del pecado genético y de las carencias crónicas de un lenguaje violado y eternamente perfectible. Es ese conocimiento sanguíneo de corazones y diamantes el que les da a estos hermanos de sangre la triste lógica de una piel fatigada y el alma resignada de los religiosos decapitados.

Fue solo hace un par de años, aunque parecen ser siglos. El rey de diamantes, frente a toda la baraja dijo, a propósito de sus melancólicos diálogos con la nada, lo siguiente: “No creo en un Dios, pero si creyera en tal dogma o axioma, diría entonces que mi Dios es el universo perpetuo y autocontenido que todo lo abarca”. Nunca he sabido, ni me ha interesado hasta ahora, si algún otro naipe oyó lo que él dijo. Es probable, por ser siempre la razón de la piel mi única profecía autocumplida, que solo los corazones escucharan el monólogo fatalista de una conciencia desesperanzada. Rojo, ahora y para siempre, rojo que supera al de las hermanas de sangre. Las palabras del diamante calaron muy hondo en el as de corazones. Como un vástago bastardo de Wilde, bajo la cabeza, evitó el reflejo doloroso de un diamante honesto. Nunca quiso mostrarse como era; “Padre” de la ignorancia y desesperación de un corazón incompleto y solitario… Reciclaje eterno de almas prostituidas en una piel imperfecta.

El káiser se equivocaba, su razón es camino y desvío de verdad y belleza. El es dueño de una lógica brillante pero incompleta, artífice de una compleja y elegante ecuación, una aproximación idealizada por modelos axiomáticos de una realidad infinita pero efímera. Una variable hacía falta, el oráculo mismo de unos ojos resignados, la razón de la piel de un hermano de corazones. Sólo un corazón, nadie más, completaría el dogma.

No es la pinta ni el color, no es la sangre ni la piel, es, en estricto rigor, es el conocimiento acabado del juego de cartas, que por eones avanza, entre el entrópico corazón del dogma y las ilusiones de una naturaleza enferma que se niega a morir.

El as lo comprendía, el amor del dogma, un amor autoexistente y previo al origen del origen. Un amor doloroso que nos deja morir simplemente porque es la consecuencia inevitable de la causa misma.

La razón de la piel era, nuevamente, la solución y, entonces la variable muda de la ecuación de Noel adquiría nombre y forma; El espacio no era realmente el dogma, sino su corazón.

“El” quiso que el punto discontinuo de su origen, en una historia de eones, se replicara en el origen de un dado y eligió, aún antes de “nacer”, enfriar y disgregar su caliente corazón formando los naipes del juego. Primero desgarró su corazón formando las estrellas, junto con estas, dio el primer movimiento de un excéntrico dado que aun gira, puntos de infinita soledad nacieron como consecuencia de su oposición enferma e incomprensible a una naturaleza caótica, amenazando cualquier plan celestial de incompletitud cósmica. Muchos años han pasado y el corazón del dogma ya no escucha de oblaciones ni súplicas, más allá de su propio deseo, el dogma se lamenta de un corazón de enanas blancas y puntos infinitamente densos que solo buscan la completitud original.

La contracción de éste corazón, antes infinito, ha comenzado en el impredecible movimiento del dado que amenaza con detenerse.

El as ha podido vislumbrar el absoluto con completa vacuidad y “ausencia de nada”, comprende el inevitable efecto colateral de un origen lleno de dolor. Es la incompletitud propia de la copia de verdades y errores de un dogma. ¿El error?, simplemente una apuesta de soledad.

El universo se contrae, el dado comienza a detenerse. A pesar de que el as puede entender el dolor y lo siente como propio, no puede renegar de una naturaleza que lo obliga a vivir, desea un segundo más, egoísta como sus hermanas, se resiste a morir. El dado casi de detiene y el naipe pregunta: “¿Por que?”. El dogma no responde, el jamás lo entendería. El dado de detiene, su cara marca 7…

Texto agregado el 15-07-2006, y leído por 235 visitantes. (0 votos)


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