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A veces me quedo callado, mirando sin mirar, como viendo a través de una ventana algo que no existe, vuelvo a la realidad e intento pensar en algo, cualquier cosa, pero no importa cuantas veces haga este “ejercicio”, ni en que ocasión. Siempre la palabra que primero llega a mi cabeza es “cáncer”. Por mucho tiempo le resté importancia y no me dediqué a pensar en lo que realmente significaba para mí. Creo que este es el momento, no solo el momento para pensar en las cosas que siempre niego, sino el momento para pensar y sentirlo todo. Quizás si escribo esto, utilizando un poco mis engañosos sentidos y la honestidad que aún me queda, pueda descifrarlo.

Siempre he pensado en la depresión como un tipo de cáncer, pues es en este último, donde nuestras células, origen de vida a base de carbono, se empiezan a desarrollar de una manera descontrolada y entrópica invadiendo a las que se niegan a este caos. Como consecuencia de esto, vamos perdiendo los sentidos, la salud y nuestras capacidades. Lo que quiero decir es que en el cáncer, el cuerpo mismo se vuelve en contra del cuerpo, robándonos de una manera bastante irónica y absurda la vida.

En la depresión por otro lado, ya sea causada por nuestros genes, biografía de nuestros ancestros, o por causas externas como el ambiente y el entorno social, las configuraciones sinápticas y la química cerebral se vuelven en contra nuestro, indicándonos por medio de diversas, pero insistentes formas, que la autoflagelación, marginación y autodestrucción son la única salida posible. Luego pienso, y vuelvo a lo mismo como si de una cinta de möebius se tratara, que es el cuerpo mismo el que se resigna y obliga a morir, como un cáncer social que nos destruye sicológicamente, que nos mutila y deja indefensos ante cualquier decepción o frustración, un umbral que ha sido sobrepasado con solapadas dosis de indiferencia y egoísmo, sembrados de manera discreta a través de eones, pero con saña y descaro en los últimos siglos.

Pienso también en lo que significa el suicidio; un escape, una salida para quien no encuentra forma alguna de aliviar el dolor, la soledad, la incomprensión y la desesperación que siente. No se cuantas veces alguien ha escrito lo mismo de mejores formas, quizás cientos de miles, aun así necesito decirlo nuevamente bajo la perspectiva de mi opaco prisma.

Siempre veo que quien se suicida es juzgado como un cobarde, una persona que no piensa o deja de pensar en quienes lo rodean y se va sin más, ¿pero es realmente el suicida quien debería pedir perdón? Yo no lo creo, pienso que cada persona, en condiciones normales y con sus facultades intactas, debería detenerse a pensar en esto un momento y admitir, de una manera u otra, que somos quienes vivimos los que debemos pedir perdón, redimirnos ante los que ya no están por una sociedad enajenada de la que somos partícipes y colaboradores por acción o indiferencia, simplemente por el hecho de existir.

Necesito dejar la razón, la lógica y los “hechos” previos a la argumentación de un sistema occidental de análisis y solución de problemas, necesito dejar salir eso que me desgarra el pecho, los sentimientos, las emociones, la “razón de la piel”, y pedir perdón.

Pido perdón a todos quienes ya no están, a todos quienes han sacrificado sus vidas, porque cada suicida es un mártir en si. No estoy abogando ni promoviendo el suicidio, solo estoy diciendo de la mejor manera en que puedo, que necesito su perdón.

Perdón por no estar ahí cuando hice falta, perdón por ayudar de manera activa o por falta de interés a que la vida se siga desarrollando de esta manera indolente y enajenada, perdón por no tener tiempo, perdón por no ser quien debí ser, perdón por mi falta de voluntad y fortaleza, por mi inmadurez y mi egoísmo. Nunca he de pedir perdón a un “Dios” indolente por ustedes, sin embargo les pido perdón a ustedes por estar vivo y permitir que esto continúe, por permitir que la gente muera de una forma tan poco importante como si del movimiento de un peón en un tablero se tratara. Es a mí y a todos los abúlicos que vivimos a quienes nos deben perdonar, es a mí a quien se le debe negar el descanso, la calma, la felicidad y la muerte. A mi por permitir que mueran, por permitir que se vallan y sean olvidados, por no rendirles los honores que merecen, por dejar que sean fantasmas en la memoria de este mundo. Perdón por cada palabra inútil que jamás les sirvió y por cada intento fútil de hacerlos sentir mejor, por cada pastilla que no funcionó o por cada persona como yo que no hizo nada por hacerlos sentir más acompañados, perdón por mis indolentes hermanos, perdón por heredar esta tierra a mis vástagos y a los de mis pares, perdón pido por quien dijo que “lo único que no tiene solución es la muerte”, porque es su muerte, en estas condiciones, la única solución posible a sus pesares, porque su muerte es más que dolor y solo recuerdos, más que el producto de una sensibilidad sobrehumana a los aborrecibles actos de nosotros los vivos, sus muertes son un golpe furioso a la cara de la gente indiferente y mentirosa como yo…

Dedicado a María Francisca y a todos a quienes nunca conocí, pero que jamás olvidare.

Texto agregado el 15-07-2006, y leído por 194 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
24-07-2006 Es un tema muy serio donde cada uno va sintiendose dueño o no de su existencia. Habrá que ir por partes, en la capacidad del dar a veces se encuentran respuestas. Si naciste ya tenes algo muy valioso...tu vida! un abrazo y miles de estrellitas.***** indianala
 
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