Ahí se encuentra como cada mañana, esperando mi aparición para cumplir con su razón. No importan mis movimientos, no importa mi deseo de desaparecer, no importa cuanto desee una mentira jamás aparecerá, tristemente sin su presencia me convertiré en el ingenuo creyente de cualquier palabra consoladora.
Desesperante resultado de la repetición de mis actos es ver sus ojos sin fatiga y la espera de una distracción para usurparme, para robar mi lugar, para sustituir lo que considera imperfecto y sin armonía; es la lucha eterna del hombre con la injusticia, por detener el sometimiento, sin embargo, ¿podría existir algo de realidad en su deseo? ¿acaso también refleja mis anhelos y soy yo quien pretende usurparlo? ¿soy yo quién desea liberarse, alejarme de la agresiva imposición de mis semejantes?
La envidia sentida en algún momento hacia él, nunca tuvo razón, es un instante de compasión por mi, es observarme al momento que me preparo a marchar para cumplir con el horario, el cual no podría siquiera pensar en abandonar, atrapado entre los compromisos, tan arbitrarios como mi voluntad y tan tangibles como piedras; la envidia transformada en compasión lo abraza, existiendo sin que sea cuestionado en sus actos o en su sentir, conociendo tan sólo las imágenes que ha podido reflejar y posiblemente unos pocos sentimientos sencillos y sin contradicciones, con una conciencia instantánea e irreflexiva, sin pasado y sin futuro.
Trataré de acercarme a él sólo por las tardes, una vez que ha transcurrido parte del día no parece tan siniestro, ha aceptado su posición y ha dejado su furia atras, hasta se alcanza ver cierta felicidad en sus ojos. Pero por las noches, aunque se le ve calmado y con la ilusión del día siguiente también podría decirse que se ve fatigado y cansado de mi. |