MORTAJA

Dejé de escribir sueños en papeles reciclados,
y anclé mi lápiz en la ventana del silencio,
cuando al abrirla,
en vez de trinos
escuché el lamento de la acera…

Se magullaron mis rodillas
antes de la caída,
mientras entre mis huesos triturados
se congelaban las palomas de mi sangre.

La caligrafía del otoño
se escondió tras la máquina registradora
y la mano que la opera
no supo de versos ni oraciones…

De vez en cuando, una mortaja de azúcar adormece mi lengua y engaña mi saliva.

Los credos colgados como guirnaldas
hicieron del viento
y el agua su destino.
Cuando pueda arrancar el mirar turbio
que me sala,
despegaré de mi zapato, aquel que atrapé
cuando yacían en la rejilla del desagüe.


Me vuelvo espectadora del recorrido de las venas, del suspiro de la piel, del olfato de las letras…

Tuve que dejar mis pies fijos,
y solía dibujar con ellos soles en la arena,
aun así, los talones de la noche
de vez en cuando
me invitan a hacerles compañía…
Ahí me abrazo a la fuga de las musas,
cuelgo la mortaja
y endulzo mi boca con el credo
esquivo de mi zapato

Tal vez un mirar extraviado ronda mi ventana.