Mi amiga comprendía la situación por la que pasaba. Lo apasionada que siempre fui, el tiempo que no disfrutaba del sexo y muchas más cosas sabía Elisa de mí. Por eso aquella noche de vino y risas me había preparado algo muy especial, sabía que me tenía una sorpresa. En su casa estábamos las dos, pero no solas como creía.
Elisa era bisexual y se había dedicado a los negocios más que al amor, que para ella se había vuelto ambiguo y siempre lejano.
Elisa tapó mis ojos con un pañuelo negro, y me llevó al cuarto alejado en aquella casona. Entré segura pero curiosa. Me recibieron unos brazos fuertes cuyo propietario — segura estoy que se trataba de un hombre—, me tomó por detrás. Nadie dijo nada, carnosos labios, una lengua ávida que lamió mi cuello y oídos, unas manos que apretaron mis pechos y dedos que sujetaron mis pezones, se fueron sucediendo como sentir un carrusel. Sólo podía pensar en ofrecer la vulva en la oscuridad fantasmal de besos, mordiscos y obscenos manoseos. Alguien parecía mujer, el olor a zinnias era revelador. Fui despojada de la ropa en unos segundos, de forma violenta me empujaron contra la pared, sentí el frescor rugoso de los ladrillos en mis pezones y zonas prominentes que estaban a punto de estallar. Un torso desnudo y ya sudoroso fregó mi espalda y me oprimía, no me dejaba respirar, el aliento de aquel ser era varonil, tabaco y whisky formaban una aureola de cuya fuente yo imaginaba sorber, deseaba sorber. Fui penetrada, por fin. Era un ser alto y fuerte, porque me desprendió de la pared y me izó con su verga, asida por las axilas me alzó una y otra vez, empalmada. Entre tanto ir y venir lenguas, manos y brazos me pellizcaban todo el cuerpo, daban cachetes a mis glúteos… nunca lo habría hecho, nunca ese placer, pero aquella noche era un aquelarre de gozo y todo valía. Me llevaron a un colchón, mis fluidos estaban altamente cotizados, todo el mundo deseaba probarlos, aquello me excitaba de tal forma que el círculo vicioso ayudaba a que todos fueran abastecidos. Alguien me meó, sí, me orinó entre las tetas y era mujer porque estaba de cuclillas clavándome los tobillos en los costados, los pezones se me hicieron de piedra con el chorro caliente y vigoroso, quería beber de él, quería beberme la oscuridad de mis ojos y a esos espectros, quería tragarme el semen de la galaxia; luego, la del orín colocó su coño entre mis labios y bebí de su manjar salado y dulce a la vez mientras sentía una verga que pugnaba por entrarme en el culo, mordí el clítoris porque quería que alguien mordiese el mío y su llanto en mis oídos no hacía más que pedir que siguiera succionando aquella fuente como si de ella manara la mía, mi coño.
Me ataron, no sé por qué, colgando al aire caliente de vuelta una verga en mi ano, otra en mi vagina mientras me doblaban las piernas hacia arriba. No supe hasta aquel momento cuántos hombres había ni dónde estaba Elisa haciendo qué, pero había una mujer, le aseguro, con un perfume que no era el de Elisa y sus senos rozaban los míos, de mujer a mujer y creí que así como mi culo era profanado el de ella también y que los empujones hacían chocar nuestras tetas y besarnos porque no había mejor cosa que besar y saber agridulce del gusto a coño propio de boca de mujer fantasma. No supe si ella también pendía del techo, pero lo que no supe no importaba porque me corría por cuarta o quinta vez cuando me soltaron y atiné a meterme una verga en la boca como salir del agua a respirar, como ahogada en mi propia leche ordeñé al hombre hasta que se vino encima, dentro, colosal, caliente, gelatinoso, vencido, entregado, exhausto a mí su reina de minuto.
Extasiada, no supe cuánto tiempo había pasado y seguíamos sumidos en aquella orgía apagándonos de a poco comiéndonos sin hambre entre el duermevela y el vicio tibio de las tripas; y no extrañaba la luz hasta llegué a temerle, a la luz; me asombró verme tan fuera de mí, tan desubicada. No quería verlos… nunca lo habría soñado.
Luego alguien me dio una copa de coñac, el de Elisa tan familiar, lo bebí con gusto a semen y le aseguro que es una buena combinación. Después no recuerdo bien, todo se me hacía bruma y sentí que estaba siendo desatada y el no responder las piernas y los brazos que bajaban sangre a las manos caídas y en tanto no me habría importado morir.
Luego desperté en el dormitorio de Elisa, en la soledad de un desorden iluminadísimo por el mediodía.
Ahora usted dice que fue un secuestro, que Elisa está desaparecida y que han llamado a la madre en Ávila por la gravedad del asunto… pero he sido detallista, señor detective, tanto que si no le molesta me gustaría fregarme un poco; creo que necesitaba algo así y esa gente no fue hostil… Aunque le soy sincera, en un momento fueron exagerados los tirones de pelo y alguna que otra guarrería y cierta risotada. Usted sabe, hombre, el mundo es injusto… pero qué coño… cuando vi el paquete envuelto para regalo con un sobre con mi nombre me pregunté que si en verdad la sorpresa no sería esa porquería: una lámpara de colgar procedente de Marruecos, aunque para ello no era necesario un cuarto oscuro, ¿lo cree, señor policía…?
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