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I S A U R A


Bullicio de sonatas. Vértigo de acordes que embelecan los sentidos, el champaña burbujea en las copas rebosantes de esas personas que presumen ser los elegidos del privilegio de la supremacía que a otros les ha sido esquiva. Los concertistas adulan su genio y el ego se vanagloria en ellos. Isaura, poseída por su elegancia de perfección atractiva y semejante a una diosa imaginada de rebosantes energías interiores, quizá se aleja de la realidad. Se confunde entre nervios y apenas soporta la presencia de su esposo y socio a la vez, Ulpiano Saavedra y al grupo de mandos medios que siempre acompañan al conocido empresario. Ella extiende sus miradas más allá de ese núcleo remunerado por la gran fortuna. Parece interesada en otro mundo distinto al suyo, otro mundo indiligente e incapaz de emparejarse en igualdad a la escena social, que no trata siquiera de aproximarse a un nivel económico independiente.
Tal vez esos endiosados personajes que conforman el entorno que la rodea si están presentes, actúan y no son una montonera que verborrea, reclama y jode para que le ayuden a vivir la vida. Inquieta sigue soslayando la mirada pero sobre nada la detiene. Sin duda está programada igual que un ordenador discreto, inhumano... o la sangre caliente que la recorre añora desde su encierro el fluir apresurado por lugares erógenos, y desde la distancia su piel de rosa consentida se eriza al percibir aromas inquietantes.
Se levanta como ella sabe, e impresiona con su belleza concebida. Erguida cruza danzando por entre las mesas que ignora a su paso con un dejo imperioso, dominante. Luego regresa, repite el mismo recorrido y, ya imaginándose aludida intenta refrescar su imagen. De improviso inclina su mirada, y por única vez sonríe a quien ocupa una mesa distinta a la de su corte de amistades, como si un despertar espontáneo le incitara los sentidos.
El hombre que ocupa la mesa se impresiona con el instinto del salvaje que descubre la hembra, se deslinda de su ámbito e intenta invadir a ese otro mundo igual que lo hace una potencia, pero lo detiene la distancia de estratos, un pretexto para no actuar. Contrario a ello y sin tomar en cuenta las diferencias, Isaura había pasado las fronteras de ese otro mundo no precisamente para buscar afectos, sino porque deseaba analizar la energía intensa de gente que conforman rudos exponentes. Es que ella se casa en sus pompas con un hombre de igual posición social elevada a quien apenas soporta, y muy a pesar supone que ama intensamente. Solo que infelices impedimentos cortan el deseo de convertirse en madre... lo cual ansía alocadamente. Desde entonces su relación de pareja se convierte en un tormento. Pues el dolor de ser poseída y disfrutada, sólo el tiempo que apenas alcanza para descubrir el ritmo intenso de las emociones.
Ulpiano Saavedra no se había atrevido a confesarle que padecía de una desagradable impotencia. En los días de feliz noviazgo lo intentó enésimas veces, para ser descubierto de manera intrigante al final de su luna de miel. Dejando a Isaura sumida en la soledad de su angustiante celibato en medio de una concentración de energías interiores que la obligan a soñar con delfines de hielo acosándola por toda la piscina donde practica natación, los cetáceos la alcanzan y al tocar su cuerpo se derriten formando vapores calientes. Consulta a un psicólogo, éste le dice que el hielo representa su frialdad exterior y, la forma de los delfines que se derriten al tocarla es por causa del calor de la energía interior que se concentra en ella.
Isaura cuestiona a su cónyuge por ese cruce rápido de un amplio estado emocional a una supuesta impotencia y, una reacción inquietante la invade de incomprensiones por la imprevista perdida de la función eréctil de su marido, la cual le causa enorme extrañeza. En los primeros días piensa que un exceso de trabajo lo inhibe y lo desconcentra. También se atreve a suponer los inconvenientes de un virus inmunosuficiente muy de moda que por vergüenza teme confesarle, el tiempo aclara la verdad, aunque por ello no dejan de ahondarse las relaciones disparejas. Y es que un especialista le había recetado con anterioridad una droga maravillosa que él logró utilizar sin conocimiento de ella en el exitante apogeo de sus mieles matrimoliales. Así fue como al concluir la dichosa luna de miel, Isaura lo descubre infragante preparándose para el fuego sucio, piensa que consume alucinógenos y, él se ve obligado a revelarle el padecimiento de su impotencia progresiva ligada a una infertilidad, por lo cual el hijo esperado no era posible concebirlo. Ella rechaza su actuación pensando que fue utilizada para un experimento científico sin habérselo consultado de antemano.

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Ulpiano impactado acostumbra encerrarse en el mutismo que le acolita una habitación solitaria, para solo permitirse hablar con ella lo necesariamente indispensable sobre su unión empresarial. Y así de esta manera se les puede observar como autómatas en todas sus reuniones sociales, padeciendo la congoja de esa complicada incapacidad sexual que los separa o entregados a largas horas de trabajo. Ulpiano por su parte escucha la vieja música romántica de Ediht Piaff. También, y a pesar de la frialdad exterior de Isaura frecuentan cuanto concierto de música romántica se presenta en la semana, más que todo asisten a los sitios en donde se conocieron, y porque ella de alguna manera quiere encontrar al hombre apuesto que sigue acosándola en su imaginación. A veces el esposo piensa que ha caído bajo el dominio de Isaura, ese témpano de hielo exterior, pero de pasiones interiores ardientes. Ella jamás se le insinuó en lo poco que duró la normalidad del matrimonio, él siempre manejó las insinuaciones de pareja que por extranaturales de su parte, luego de iniciadas eran interminables torbellinos de amor y sexo.
Lizardo, el joven administrador hotelero sensual y bien formado físicamente todavía padece las consecuencias del inesperado e impactante despertar. Sorprendido siente que la mirada envolvente de Isaura todavía lo está acariciando, la mayor parte de su tiempo desde entonces lo ocupa en la contemplación de la imagen sonriente de Isaura, la cual sigue intacta en su mente. Este hombre solo está entregado a vivir la vida con lo que medianamente gana en sus turnos ocasionales, gracias a su profesión de Administrador hotelero.
Él jamás ha captado una fuente de progreso económico, se toca y se pregunta quien es él en su mundo, tal vez un hombre sin visión futurista, un ser inferior. Lo martiriza no haber conseguido aún su independencia económica y piensa lo distante que está de ese otro mundo al que quería invadir, en el cual vive esa mujer infernal de la que ni siquiera sabe su nombre. Solo una imagen irreal y una sonrisa soslayada desde la velocidad contoneante que agilizaban sus piernas al pasar junto a él es la única prueba que conserva de su existencia.
Pero Isaura flota como el viento sobre un fuego que la lame, y presiente que le agrada. Quizá nunca debió dejar que su imaginación acariciara esa posibilidad, cuando aquel día en el concierto sonríe al hombre solitario de la mesa. Intenta por todos los medios eliminar las intenciones que la rondan pero no encuentra como dominar a esa fuerza obsesiva, por que hasta se atreve a imaginar la emoción acelerada de sus médulas electrizadas por una nueva fuente de goces, de cuya culminación podría brotar la vida que llenaría el vacío exigido por los sentimientos de su psiquismo alterado. Y cada día se engrandece en ella la inquietud de una solución que la realice como mujer.
No es propiamente una obsesión ligada al amor, ya que sólo se fundamenta en la necesidad de ser madre. Pues ella ama a su marido, y lo que menos espera es complicar su vida sentimental, sin embargo, se aterra al pensar que pueda enamorarse de ese otro hombre. También desecha la posibilidad de una separación legal, más no los deseos de tener un hijo engendrado directamente por el orgasmo mutuo de un emocionante contacto sexual, así como lo manda la naturaleza. Está decidida a evaluar sus comportamientos mentales para llevar a la realidad ese sueño ilegal que no considera un absurdo, con el que sueña mucho antes de conocer al joven Administrador Hotelero. Hay grandes prejuicios interfiriendo sus pensamientos, entre ellos resalta con fuerza el que dirán de la sociedad que ella representa, y, acaso los cuernos que se agilizarán significativos en las sienes de su marido. O quizá el velo de la comprensión tape por pudor y discreción, el desborde de comentarios vergonzantes de la traición impulsada sin previa comunicación y muchos deseos.
Al marido lo relaja la conformidad encerrado en el albur de los grandes negocios, y porque siente que es el esposo de una mujer fuera de lo común, y además de su belleza, frialdad interior y su soberbia, también trajo a la vida una inteligencia brillante, discreta, y es quien lo orienta en las decisiones más difíciles de la intrincada profesión que ejercen. En lo tirano él cree que Isaura soporta con resignación el celibato del conflictivo matrimonio. Y consuela el infortunio de su impotencia por demás ligada la infertilidad, pensando que ella siempre permanecerá apegada a su frialdad exterior sin ser capaz de deliberar una iniciativa sexual así la consuman los deseos. Con cuyas reflexiones a favor él no alcanza a comprender que ella naufraga en una inmensa laguna de pasiones infrenables, donde la persiguen esos delfines de hielo que se derriten con el fuego de sus emociones retenidas.

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Isaura piensa volver nuevamente a esa ciudad de clima caliente. Sus deseos la van a llevar al lugar del concierto añorado para que reparta la vista por todas las mesas, y al encontrar la que ocupa el hombre solitario que vio por única vez aquella noche en el concierto, lo abordará y de hecho va a involucrar su voluntad de hombre sexual, entonces el champaña se va a derramar espumante en su compañía y, ya liberada de todos sus prejuicios consumarán de hecho lo que tiene en mente, desahogará sus instintos de hembra sexual que tanto añora al goce sublimado... y volverá a sentir la implosión del clímax acompañado del bienestar y el relax físico espiritual que sigue al acto consumado. Y, procreará en su vientre a ese hijo entrañablemente esperado del calor de dos sangres ardientes.
Es que Isaura en su arrebato por tener un hijo, piensa que el Administrador Hotelero no va a ser capaz de rechazarla y, ella va a satisfacer el angustiante llamado de su humanismo para la procreación natural que le ha negado la rigidez del destino. El hombre escogido al azar por su apariencia física despierta en ella la pasión necesaria para suplir la manipulación de las ciencias, puesto que se opone a cualquier forma de inseminación artificial, también desestima por inconveniente la adopción de un hijo por fuera del calor de su sangre. Y así es como este hombre sin estar enterado de los hechos le coincide a la casualidad para que una mujer se le entregue por una noche increíble. Por que la bella y enigmática Isaura es la mujer que más dotes de amante reúne... además de sus enormes reservas de energías incontrolables... pero a la que él jamás volverá a ver en su vida.


Texto agregado el 07-01-2004, y leído por 295 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-01-2004 Mis estrellas para tí, merecidas. Obnubilo ante el comentario de mi predecesora; aunque quiero hacerle hincapié, que quiere decir: hincar el pié, o sea, con hache. maragat
07-01-2004 Un triángulo de pasiones con buen dominio de la descripción, del detalle, de la hipérbole en la adjetivación para hacer incapié en la escena, en la ocurrencia, en el evento. La trama, inmejorable; el argumento, buenísimo. Absorbe el relato, aunque en ocasiones el hilo conductor se tergiversa por la reflexión editorializada del autor en medio de los personajes. Aún así, me gustó. Saludos y bullicio de sonatas para ti. Gabrielly
 
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