¿Quien eres tu?... un errante caminante que regreso extraviado de aquel viaje alucinante que carcomía nuestra piel. No fue sincero en aquel viaje al decir que no conocía al caballero cabalgante que llego solo una tarde y se fue al anochecer, confundido y cabizbajo, silencioso y titubeante, insinuoso y penetrante que se fue tras un tal vez. El caminante dijo: “No, no lo conozco aunque quizás lo haya visto en el infierno en donde estaba hace unos años por omiso.”

Me fue difícil el confiar en este errante caminante que me hablaba como sabio pero miraba como un niño que no sabe que decir. Quizás no eran sinceras las intenciones pero claras sus palabras que hipnotizaban con su magia y te besaban sin sentir. Luego de unos minutos comencé a darme cuenta que no olvidaba que era preso de la deuda que aun le aqueja, aunque también recordaba ser el responsable de los versos que pintaron de colores las paredes de una memoria que aun no logra desteñir.

Es quizás la analogía de estos versos la que me llevo a contemplarlo como hace algunos años donde el pecado eran dos cruces, sus labios sinfonía, sus ojos no miraban y en la pausa el me decía: “Desconfía de aquel tipo que al besarte solo te mira porque en el encontraras la falsedad y su hipocresía”.

Es curioso el recordar lo ingenioso de esta frase porque fueron los años quienes se convirtieron en cómplices de su mensaje, es que hay casos en los que a nadie le es lícito mirar a los ojos: cuando cabe una mentira, porque el silencio te hace trizas, donde la culpa se cobija y el destierro se aproxima.