Por fin. Me quedé solo. ¡Por fin! Ya no hay nadie en la casa. Estoy loco, me volví loco. No quepo en mí, pero no doy crédito; aún. ¿Y si es todo una confabulación para ver si, realmente, dejé de…? No, eso es muy rebuscado.
Espero. Y espero. Y harto de esperar, espero un poco más, por si acaso.
Me decido, aunque me muevo por la casa todavía con miedo, miedo a quedarme ciego, como si fuera un personaje de Saramago; tengo el sentido del ridículo agudísimo ahora: no quiero ni que llamen a la puerta, cosas de paranoicos.
Deja de hablarte, no te oye nadie. ¡Por eso! No me gusto cuando me chillo, pero todos tenemos defectos, y el mío es que me hablo a solas. Me chillo estando uno consigo.
Ahora que pienso, se me olvidaba hacia dónde me dirigía con miedo y de puntillas por la casa. Ya sé. Dios, por poco se me olvida. Allá dejé el papel. Cógelo. Ah, ¡cállate ya! Te vas a volver loco. Umm, lo desenvuelvo, ojo, no lo rompas. Bien, aún le queda chocolate. Y ese cigarro, no, olvidaba que no fumo. Bah, dónde hay un vaso, allá, sí. Ve, corre. Un imperdible. Bien, en la cremallera dejé dos.
Deja uno ahora. Dóblalo, así.
Qué bonito, todo. De verdad, necesito una cámara de esas digitales, me gustaría mostrárselo al mundo. Qué bonito. Pero no te repitas.
Rápido, pincha el chocolate en el imperdible. ¡No se sostiene! Venga, pueden llegar ahora y sólo harías el ridículo. Ahora, bien. Pruébalo. No se cae, oscila pero no se cae. Tengo cerillas, acá. Seco el vaso, lo pongo bocabajo. Me acuerdo de Tip y Coll, me sonrío, no me gusta reírme a solas. Enciendo la cerilla; el chocolate humea. Bato el aire con las manos. El chocolate se apaga. Pero humea, bien. Tápalo con el vaso.
Qué bonito. El vaso se llena como de leche condensada, pero es humo, no se te olvide. Lo acerco todo al borde de la mesa. Veo un resquicio. Pego los labios al vaso y chupo.
No sabe a leche. Voy a retenerlo, por si acaso. Exhalo.
Oigo una puerta. Mi-er-da, volvieron ya.
|