La calle, fría, asfaltada,
y una silla con artrosis
y sobre ella está él.
El tiempo de largo y blanco
encallado entre su pelo,
sus ojos que ya no miran
y su náriz, resaltando entre lo plano,
gotea desde la punta
dulces copos de agua amarga
que congelada se escapa
hacia el invierno que hay fuera.
Pero sus manos calientes,
sus manos eternas jóvenes,
ágiles, desafiantes
arañan despiadadas
una guitarra roida
mordida por tantos años
que suena a noches de pena.
Roidas están sus ropas,
mordidos van sus zapatos,
atravesada de males su alma desde hace tanto...
Y en el mar de aquella funda,
suave funda de guitarra
pequeñas islas gastadas
de cobre redondo y barato,
en el mar de aquella funda
escamado ocre de antaño.
Inunda el aire el sonido
de melancolía clásica,
de pieza bien aprendida
en un invierno más cálido
de pasión y de ternura
de sentir con cada cuerda
el dolor y la amargura.
Y en la calle, fría, asfaltada,
suena la canción de un móvil,
un niño pide regalos,
la música de la radio...
Invisible e inaudible
inunda en secreto el aire
la clásica melodía
de un instrumento rasgado,
rasgado como quien toca.
Una mano indiferente
deja flotando en el ocre
las despreciadas monedas
que la mano ya no quiere.
"Gracias" (cruda voz de blanco)
y un silencio indiferente.
Ya continuan los pasos
veloces a su destino,
ya se aleja la canción,
ya se pierden los sonidos,
ya ha muerto toda la vida. |