No imagino lo que he escrito hace poco, pues tuve un intervalo de tiempo en que dejé de escribir, y en ese lapso, he muerto... ¿Muerto? ¿Y, cómo es que escribe? Se preguntarán ustedes. La verdad es que no tengo la respuesta pero si puedo contarles el cómo llegué hasta aquí, a este lugar, cuarto, escritorio, papel. Imagino que impulsado por el espíritu inmortal del artista ¿Es una mentira? ¿Producto de una sincopada de pensamientos? No. He muerto hace poco cuando mi hermana mayor me llamó por teléfono para contarme que había soñado conmigo, y que en el sueño, yo moría estrellado en mi auto, y que cuando fue a buscarme me encontró tirado en la pista, lleno de rayas por todos lados, moribundo. Fue tan real y sentido su sueño que cuando élla calló, le dije que era verdad, que hace poco me he estrellado con mi auto en una esquina de la ciudad, mientras pensaba en miles de problemas, como el alquiler atrasado, la falta de sexo, de dinero, las responsabilidades, mis dolores corporales... En esas me encontraba cuando un camión enorme me chocó, aventándome como un juguete de niño por los aires, empotrándome contra la esquina de una extraña casa de color celestial... Agregué que la vi llorando mientras continuaba sangrando hasta dejar mi último aliento con un susurro amable hacia todos, que decía, adiós... El teléfono se cortó, y yo, ya muerto en el sueño de mi hermana, salí a la calle, y como curioso que soy, fui hacia el lugar del accidente. No encontré a nadie, pero vi la casa de color celestial totalmente averiada en una esquina de la calle. Vi a un señor que estaba parado en un lado de la acera. Me le acerqué y le hice una pregunta acerca del accidente. Este me dijo que sí, que hacía poco había ocurrido algo terrible con un muerto, heridos... ¿Y el muerto?, le pregunté. El hombre me miró a los ojos, ya estaba por decirme algo cuando se detuvo a media palabra. Volvió a mirarme, se restregó los ojos y empezó a retroceder como si viera a un espectro, quedándose pálido como el papel. Dándose media vuelta en cámara lenta, y luego, empezó a correr con los pelos en punta... ¡Qué imaginación! Exclamarán ustedes. Eso mismo pensé yo, pero antes, traté de investigar un poco más. Recordé el origen de todo y fui directo a la casa de mi hermana mayor, la que había soñado con mi muerte. Apenas llegué a su casa, me hizo pasar, me invitó un desayuno y luego de sentarse frente a mí, me contó las mismas cosas de siempre, o sea, los chismes familiares, su escasez de dinero, la falta de trabajo de su marido, su falta de tiempo, sus hijitas, etc... De repente, en mitad de su perorata, sonó el teléfono. Mi hermana mayor se levantó y fue hacia el aparato, lo cogió y se puso a hablar. Me sentí ignorado, hastiado de tantas cosas muertas pronunciadas por los labios de mi hermana que pensé que estaba dentro de otro de sus sueños, y que no terminaría jamás de soñar. Me levanté sin que se diera cuenta y salí de su casa sin despedirme de mi hermana mayor, rumbo hacia la mía, mientras aún existía... Y aquí estoy, sentado en este escritorio, muerto, pero, como siempre, escribiendo acerca de las infinitas realidades del ser, una de ellas, la de mi muerte...
San isidro, julio 2006
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