PURGATORIO
El Inicio: Ella, ensimismada y con la sonrisa invertida, no deja de mirar a través de sus pupilas reflejadas en el espejo mientras arregla su vestido azul celeste. Él, divertido y de afilados dientes, cambia por décima vez el dial en la radio mientras acelera su cadillac rojo infierno para no llegar tarde al té con El Deshollinador. ¿El Deshollinador? ¿No era ese a quién interpretaba Dick Van Dyke en Mary Poppins? No, él no era deshollinador. Era utility, hacía de todo: pintaba paisajes con tizas de colores en el pavimento, vendía papagayos cuando arreciaban los vientos del sur, era hombre-banda y sí, además deshollinaba chimeneas. En una ciudad pequeña y gris de poca monta sabía como rebuscarse, el matatigres por excelencia, un desempleado más que hacía de lo inverosímil pan para su estómago ¡Todo un encanto! Pero había un oficio del que nadie en la ciudad pequeña y gris sabía, perseguidor de conejos blancos en cuentos ajenos. Por eso ella no dejaba de mirar a través de sus ojos reflejados en el espejo, celestes también, esperando el justo momento que su amigo de afilados dientes apareciese con la respuesta (ojalá que afirmativa) del matatigres perseguidor de conejos.
El Pacto: Todo estaba preparado. El Deshollinador, o mejor dicho, El Desollador de conejos blancos había accedido al encargo a cambio de un par de zapatillas de tap y unas mallas negras, este sería su último trabajo, y aunque huela a refrito: nunca es tarde para desempolvar los sueños olvidados. Por fin aprovecharía su tiempo en una actividad más seria y lucrativa, el talento según él… le sobraba a pesar de sus juanetes. Pero era momento de entregarse a tareas más viscerales, más humanas, sus zapatillas, las clases con Fred Astaire y la cliente al otro lado del espejo esperaban. No fue difícil dar con el susodicho conejo. Dónde, si no en una relojería suiza, puedes encontrar a un maníaco del tiempo. Lo difícil fue convencerlo para que dejara capturarse, más aún convencerlo para entregarse en sacrificio por una batalla que a él no le dejaba nada, una batalla que ni siquiera era suya. Pero el pobre, no sólo enloquecía por mirar cada cinco segundos su rolex, las causas perdidas eran su apellido... y ahí ante una botella de licor de zanahoria El Desollador limpia chimeneas con su labia barata pero efectiva dio en el clavo, sin escrúpulo alguno prometió al roedor que a partir de ese instante jamás volvería a enfrentarse cara a cara con un reloj, y así fue. Cada quien obtiene lo que merece, manipulando, dejándose manipular, mintiendo, creyendo, pescando en río revuelto. Las víctimas consiguen su tortura. Los verdugos claman por el dolor ajeno. Y la mano invisible que todo lo controla (de lejos para no embarrarse) se queda con dos ojitos escarlata que aún lagrimean.
La Recompensa: Los zapatos apretaban, y la malla ajustadísima hasta cortar la circulación dejaba en evidencia la pequeña razón por la que Mary Poppins prefirió irse a volar. Dicen por ahí que los sueños sueños son, y a veces es preferible que así sea. Hay que verle la cara a un deshollinador bailando con los pies colmados de callos y la fantasía hecha cuero, trenzas y suela oprimiéndole el alma. Hay que verle la cara al zumbido de conciencia que tarde o temprano mella el vivir cuando lo alcanzado llega de mala manera, cuando llega a costa del sacrificio ajeno, de la palabra no cumplida, de la palabra cumplida que daña. Ni el agua tibia con sal pudo calmarle aquel dolor. Ella, desilusionada y de sonrisa arrepentida, no deja de maldecir su suerte mientras su deseo de ver la vida con otros ojos se va al cipote (¡Ja!). Nada cambió, todo a su alrededor seguía tan gris como siempre. El punto de vista de otro no es la solución. Todo depende del cristal con que se mira, sólo que el cristal no está ante tus ojos si no dentro de ti... por eso cuesta limpiarlo. Ella nunca pudo comprenderlo. Eso son sus pupilas, así sean robadas, cuando se reflejan en el espejo: un par de hoyos negros que la abstraen hasta el armario donde guarda los secretos más oscuros de su alma. Y su alma no es más que oscuridad.
El Final Feliz (?): Y ahí van los tres, a bordo de un cadillac rojo infierno conducido por un gato de afilados dientes, vagando sin rumbo fijo, a ver si pueden lavar la envidia, el egoísmo y la cobardía impregnada en su piel.
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