-¡Quiuvo! Qué pachuca por toluca pinche Sócrates-.
-¡Qué onda ese Platón! Ya ni la friegas cabrón, siempre chupando en el mismo lugar. Pus, cómo le haces si ni trabajas-.
-Pos sabrás que no soy tan cabrón como tú, para eso de hacer que cualquier guey tenga que parir ideas, pero he ganado algunos centavos con mis tragedias-.
-Yaaa, no seas tan parlanchín con migo, pos como si no te conociera.¡Haber, presta pa´lorquesta!-.
-Tágueno, pero no tela chingues toda, pos no tengo pa´más. Por cierto, desde la semana pasada te noto muy ajetreado. ¿Qué te pasa Sócrates, cuéntame, anda pus ya sabes que te miro como mi padre, y la meritita verdad también el Alcibiades me ha cuestionado por lo que te pasa, es más aquel me ha dicho que prometiste enseñarle de qué lado masca la iguana-.
-Pos... la meritita verdad sí, pero deja me aviento otro sorbo-. Una vez saciada su necesidad Sócrates continuó diciendo –Pos fíjate hermano que desde la semana pasada algo me tiene muy preocupado-.
-Pus cuenta... cuenta, anda, mira échate otro pegue-.
Sócrates tomó la botella nuevamente y empezó a beber, con tanta avidez, que parecía que la cruda lo sepultaba en un estado de ansiedad. Se sentó sobre la guarnición junto a su amigo, posó su mirada sobre el verdoso mirto que crecía sobre la acera contraria, se frotó la barba con la palma de la mano derecha y la recorrió muy lentamente, hasta que sólo los dedos índice y pulgar apretaban con insistencia el último mechón de sus apéndices capilares, luego sus labios empezaron a moverse inciertos.
-Pues verás. El miércoles pasado, como a eso de las 6:00 p.m., me encontraba escuchando los reclamos de Jantipa; que pinche guevón, que cuándo traerás dinero para sostener la casa, que los chamacos ya necesitan zapatos, etc. Para no hacértela cansada, decidí salir de la casa para respirar un poco, pues ya me estaba enfadando. Caminé ligeramente, y sin darme cuenta del tiempo transcurrido me hallaba cerca de la periferia de la ciudad. Estaba muy preocupado, pues el apuro éste del trabajo te golpea y golpea la cabeza, y ni como hacerle, con decirte que nadamas pienso en trabajar y me recorre un escalofrío que me abruma, tú me has de entender-.
-No, pos sí-.
-No era mucho el tiempo invertido en aquella deliberación interna cuando a lo lejos escucho una voz con cierta excitación: -¡Maestro Sócrates! Maestro...- Volteé y vi a lo lejos a Agapito Olivares quien corrió deprisa para alcanzarme, mientras acercándose me decía.
-¡Maestro Sócrates...que bueno que lo encuentro, vengo de su casa donde su mujer no ha podido darme razón de su paradero, y por cierto que casi me echa a palos por mi insistencia; casi me descalabra con una pedrada, y no le digo la refrescada que me dio de mi santa madrecita, pero ya lo encontré y ¡a Zeus doy gracias!, pero si somos justos también a la Virgen de Guadalupe por haber cumplido parte de mi objetivo con prontitud-.
-¡Ea! Agapito, cálmate un poco, ordena tus ideas y respóndeme ¡por Zeus! ¿cuál es el propósito que te ha impulsado a buscarme?-.
-Pus... es un honor comunicarle que al gran amigo Agatón le ha llegado la bendición de los dioses, con tanto apremio, a mi modo de ver, pues ha recibido una suma considerable, consecuencia de su magnifica obra trágica. Él ha querido compartir su fortuna con sus amigos más allegados por lo que me ha enviado a buscarle, con misión expresa de llevarle al banquete que en una hora dará comienzo-.
-Bien mi querido Agapito, veo con maravilloso deleite que tu agraciada fidelidad para con los amigos es virtud digna de tu estirpe. Me place tu excelente actitud, no menos que la de Agatón quien te ha enviado. Pero dejémonos de tanta platica vana y apresuremos el andar rumbo a la casa del festejado para que no nos vayan a dejar sin probar los suculentos manjares, que ya ves que se acaban rápido por tanto gorrón. Se me hace agua la boca de tan sólo pensar en el magnifico curado de jitomate que preparan en esa región...-.
-Sí, vamos, sólo esperemos llegar a tiempo-.
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Del banquete salí a eso de la una de la mañana y me dirigí de regreso a mi casa. Eran insistentes en mi mente todavía las distintas definiciones del amor que los convidados habían vertido durante el convivio, no eran simples cada una de aquellas respuestas, y respetaba su profundidad, ya que todas ellas habían logrado centrar mi atención sobre tan enigmático tema.
La luz de luna era minimizada por la de sodio de las lámparas en los postes, pero aún así, la estrellada noche despertaba cierta paciguedad sobre la atmósfera que, aunque quizá fría, era un escenario que guardaba imágenes inciertas que dentro de poco se me presentarían.
Mis pasos ya encontraban eco en la pared de la acera contraria, como si, tras sumergidos en la solemnidad, dieran cabida a algún aliento de vida. Era como si después de un lúgubre silencio, el silbido de un aire repentino diera definición empírica a mis efigies mentales. Una pequeña ráfaga de aire, doblegó la inmovilidad del mirto sobre las banquetas, e hizo doblegarse a uno que otro árbol tirando las marchitas hojas de las ramas. En fin, mi ánimo no era distinto, una gran gama de sonidos e imágenes aprisionaban mi atención y me infiltraban un sentimiento de temor, pero aún y todo esto, mi actitud luchaba por mantener las apariencias, mostrando un semblante apacible tratando de no exaltar ni un ápice de angustia.
Para ese momento caminaba frente a la escuela donde Trasímaco imparte clases de retórica, el recato tentaba mi espíritu con afán excesivo. Volví el rostro en un movimiento reflejo, no sé exactamente porqué, pero la sorpresa me invadió al instante, mi cuerpo fue recorrido por escalofríos que mermaron cualquier movimiento voluntario, involucrándome con el más vil de los efectos humanos, el terror.
Había una silueta, más que eso, un cuerpo inmóvil a la distancia, parecía una anciana, pues era pequeña y encorvada; toda su vestimenta era negra, un vestido de seda le caía casi hasta contactar el piso, un velo de encaje cubriale sin remedio su marchita faz seguramente y una parte de los antebrazos, las manos protegidas por unos guantes del mismo material se apoyaban sobre un fino báculo de caoba. Ella se mantenía sin movimiento, privada de todo instinto, como si fuera alguien no perteneciente a esta realidad. Su cuerpo estremecía a la más tétrica de las formas, pues éstas últimas parecían disminuir sus propios relieves frente a aquella figura que expedía misterio.
Decidí tratar de controlar mi terrible excitación y continué caminando aunque con una zancada más larga. El ambiente presagiaba un silencio fúnebre; mi voz que parecía interior, ahora cimbraba mis tímpanos, aterraría a cualquiera esa involuntaria sensación -voltea, voltea, vamos...sólo tienes que contemplar qué sucede-. Volteé y observé a la marchita mujer en la misma posición ya dos cuadras detrás de mí, era como un fantasma que despojaba de toda atención las demás cosas. Pensé que le estaba otorgando una importancia que quizá no ostentaba y traté de tranquilizarme.
El continuar caminando me calmó un poco, e intenté regresar a mis meditaciones postreras, sin embargo esa visión continuó reluciendo en mi cerebro como luz intermitente. Para ese entonces, sólo me faltaba por recorrer cinco cuadras para llegar a mi casa. Nuevamente giré la cabeza y mi impresión fue instantánea, pues “la anciana ya se encontraba media cuadra detrás de mí”, los escalofríos empezaron a intensificarse, pues ella "no se movía". Entonces caminé más deprisa deseando alejarme, más aún, empecé a correr.
En la penúltima cuadra doblé mi recorrido a mano derecha y empecé a moverme más lentamente, mi corazón palpitaba de tal manera que parecía podría salir de su cavidad de un momento a otro por la acción del bombeo sanguíneo. Continué así hasta la siguiente esquina donde doblé a mano izquierda; ya un poco más calmado y mirando el piso con cierta familiaridad, pasé el dorso de mi mano derecha para secar el frío sudor que resbalaba por mi frente. Cuando casí llegaba al siguiente crucero, al levantar el rostro, mi mirada se tropezó contra la anciana que ahora se hallaba cruzando la calle; mi tormento no era mínimo, pues como que intuía que detrás de aquel velo unos briosos ojos me contemplaban, corrí como loco y dejé tras de mí su presencia hasta llegar al pórtico de mí magnifico hogar.
Toqué ligeramente, pues sabía que el sueño de Jantipa era ligero, y no quería que me abriera y me golpeara, era más temible Jantipa cuando le perturbaban su sueño que esta aparecida, por lo que sólo toqué cinco veces -.
-Presta p´aventarme un sorbo-Dijo Sócrates.
-¡Ah chinga! Pues es muy extraño, debo confesar que ahora sí me has dejado completamente perplejo. Pero dime Sócrates, ¿ya visitaste al arcano?-Preguntó Platón. Una vez que Sócrates bebió, sin más, sus labios temblaron ligeramente aunque continuó diciendo:
-Sí, pero su respuesta fue -Sócrates, eres un hombre sabio no cabe duda por lo que entenderás estas palabras “la respuesta está dentro de ti ”-, eso es lo que me ha dicho-.
-¡Ah, que no joda!, pues no te dijo nada el guey, pero continua Sócrates te lo suplico-. Insistió Platón.
-Pues veras, extraños son los caminos que los dioses nos muestran, hay senderos que atemorizan al más racional de los hombres. Hay momentos en los que intuyes con algún sentido cuando te encuentras en peligro y es como percibí la presencia de aquel engendro a mis espaldas, en la otra acera, pero muy cerca, mientras esperaba fuera abierta la puerta, pues en ese momento me volví y mi terror fue completo, tanto así que empecé a golpear la puerta con todas mis fuerzas, con decirte que me acuerdo y la piel se me pone de gallina-.
-Ah cabrón, pues sí no es para menos-. Dijo Platón
-Me desperté completamente bañado en sudor y permanecí de esa forma inmóvil. Vi mi rostro por el pequeño espejo que cuelga en la pared, a un costado de mi cama, y mientras ya empezaba a calmarme me dije a mí mismo golpeando ligeramente mi mandíbula con la palma de la mano -qué pasó pícaro, ¡ah eres un pícaro!-. Eso es lo que me tiene completamente abstraído, y como verás el suceso guarda un enigma-.
-Espera un segundo pinche Sócrates, nunca me dijiste que había sido un sueño-
-¿No te lo dije?, pues ha sido eso-.
-No friegues, ya me taloneaste bonito cabrón, pues mira ya te chingaste mi cerveza. Pero pensándolo bien, como que valió la pena. Sócrates todo te lo sacas de la manga, pero dime, a todo esto, a qué conclusión has llegado, vamos dime, no te pongas difícil-.
-Pues veras "yo sólo sé que no sé nada"-.
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