TEXTO PARA CUANDO NO HAYA NADIE QUE TE OIGA LEER POESÍA
La gente te mira y espera y tenés que decir algo.
Estás ahí, con el papel temblándote entre las manos, atontado por las luces, por el miedo. Parece que tuvieras algo sucio adentro, un arma cargada y apuntando. Y querés decirles que no, que es una cosa pura y limpia como ninguna, pero te suena estúpido. Te vas poniendo cada vez más nervioso. Pensás en las críticas literarias de los amigos: ta bueno o ta bien, o me gustó, pero... Y no te importa si lees para ellos, los cuatro o cinco compinches que vinieron a acompañarte, o para a la humanidad entera.
Y seguís temblando, y te equivocás varias veces, y sentís alguna tos por ahí en el fondo, y ves a un veterano que camina hasta el baño y un mozo que te mira con cara de quémierdaesesto y marcheotrofainá.
Y estás ahí, con tu papelito doblado, y sabés que no importa, que estás leyendo para vos mismo, y se te va un poco el miedo y te los quedás mirando, intrigado.
De repente querían espectáculo y vos justo te olvidaste de la matraca y la corona de desperdicios.
De repente creen que poeta y puto son una misma cosa. Dejalos así, que se alejen distraídos mientras les vichás a la mujer para saber si podés entrarle con alguna pose de intelectual comprometido u hombre sensible. Dejalos. Ya va a ser tarde cuando los ganapanes vuelvan y descubran que no quedan rastros de sus bebidas ni de sus señoras, porque éramos tan sensibles que nos chupamos a las dos.
Algunas caras parecen decepcionadas. Se imaginaban a los poetas como una suerte de monstruitos verdes o azules, viviendo en castillos altos y mohosos, dedicando el día entero a probar rimas y escupir metáforas a los cuatro costados.
El poeta es para ellos un ser grotesco, una especie de bohemio místico o profeta filosófico o simplemente un atorrante que desconoce lo que es trabajar, recalentar un guiso de tres días, pagar la luz y el agua.
La gente sigue mirando y sonriendo condescendientemente.
Se les podría explicar que los poetas estamos hartos de las sonrisas condescendientes, de las lecturas casi vacías, de las reuniones inútiles, de que los dueños de la verdad nos juzguen, de la píldora negra de la autosatisfacción y el bozal, de tener que aceptar caer otra vez en esas estúpidas charlas sobre fútbol, casas, minas, billetes, el podrido estado del tiempo leído por un payaso inútil en la televisión.
Podés decir “No, señoras y señores. El espécimen del poeta también come, chupa, ama, odia, y sí, hasta caga como usted, quizá con un poco más de olor a alcohol. Para atraerlo, páguele una vuelta de lo que esté tomando, teniendo siempre cuidado de no confundirlo con los otros, supuestos poetas de gaseosa en mano”.
Te siguen mirando. Esperan la poesía, así que los complacés:
Cuidado con ellos
poetas de gaseosa en mano
No germinan ángeles
Desconocen el carozo del sol y del asunto
No dicen nada. Parecen satisfechos, o todo les da igual.
“Los poetas son unos animales” proseguís. “Ejemplares abundantes en la fauna uruguaya, su temporada de caza se extiende a todo el año. Esto hace suponer que el estado uruguayo los considera una plaga, exceptuando a los grandes poetas mamuts, de los que se alimenta”.
Son tan abundantes estas criaturas que basta tirar una piedra para cualquier lado y es seguro que va a pegarle en la cabeza a un poeta durmiendo la siesta.
Desde ya aclaramos que estos animalitos no se pueden amaestrar. Ni siquiera se les pueden quitar los vicios de la selva: el eterno enamoramiento de las putas, las meadas en plena calle.
Alguien pensará, ¿para qué mierda sirven los poetas, si son incapaces de crear algo útil, como la escupidera o el cuchillo eléctrico?
Cada tanto gustan de reunirse en un abrevadero cualquiera y saludarse con excusas líricas. Se recomiendan libros y películas, se intercambian poemas, poemitas, y algún que otro popo-ema, mientras esperan turno para descargar su incontinencia literaria en los oídos de la manada. Pobres mendigos de orejas, esperando siempre el momento de gloria como se espera un pájaro con una escopeta entre las alas.
Luego de leer, por regla general fingen desinterés, pero cuando nadie los ve se guardan en un bolsillo las migas del aplausito para engañar el hambre de elogios.
Los admiradores de poetas clásicos los miran con asco. Se podría describir su presencia así:
En la reunión
venerables ejemplares de poetadultomayores
mágicamente se convierten en versificadores
luego de la jubilación.
Permítales un minuto y lo van a aburrir dos horas con esa tormenta de cursilerías bien rimadas e interminables, carpetas plastificadas plagadas de dibujitos de soles y cielos en degradé.
“El olor de las rosas” se atreve uno de los ejemplares ancianos. “Eso está bien”, comenta otro, “pero es demasiado fuerte para mí”.
La gente te sigue mirando y cada vez te importa menos. Ya estás por terminar. Alguno lustra sus credenciales de poeta y sus sonetos a la luna. Nunca pudiste seguirlos. Cuando agarraban sus poemitas y sus libros de "aprenda a escribir correctamente" y se iban corriendo a los intercambios culturales, vos te escapabas a los tambores y aprendías de la poesía chupando vino y fumando marihuana. Nunca pensaste en el triunfo porque para el poeta no hay triunfo posible. Simplemente te mantuviste firme, esperando, y fueron llegando las palabras, sin importarles si estabas en mitad de un partido o durmiendo borracho encima de una mujer. Esa electricidad te recorrió los pelos y te obligó a garabatear en la pared, en el piso, en el borde de los libros, en papeles sucios que te arrimaba el viento, y las tardes se hicieron anaranjadas y mancharon tus lápices para siempre. Amén.
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