Una razón para prometer
Mi amor: Desde el día en que aquel octubre trajo el inevitable marchitar de las hojas maple, y el viento impasible acarreó por todo el territorio canadiense su helada disposición, me di cuenta de que te amaba más de lo que ya hubiera imaginado.
Tus desordenados cabellos rizados, el cadencioso tiritar de tus caderas y la simetría casi perfecta de tu rostro, fueron en un principio los causantes de enardecerme el corazón y el alma, pero después, al descubrir entre esa cándida y bella apariencia un perfil dotado de ternura y de irreprimible munificencia, no pude resistirme más, y me rendí al necesario llamado del verdadero amor.
Hacía varios años que el sudar en frío y el trepidar por nervios se me había hecho una soñada experiencia, pero la casi olvidada sensación, renació con el placentero contemplar de tu armónica efigie, como si al verte, me volcara vertiginosamente sobre un mar de lava sin expectativa de sobrevivir, pero, sí con la seguridad de arrebujarme en el fuego y no querer salir jamás de él. ¿Cómo sería yo si no te hubiese conocido? Me lo pregunto deseando no pensar en ello, pero, ¿qué sería de mí sin ti en este mundo emborronado de tristezas y amarguras? Lo más probable es que yo seguiría siendo yo, continuaría esperando al pie de la ventana la llegada del alba y el discurrir del tiempo, eternizaría mi creciente neurosis por el cine, y, sin duda, mi flaqueado cuerpo resguardaría con inusual escama las mismas dolencias físicas y mentales que desde antaño no supe combatir. A veces pienso que mi vida no debió perseguir aquel vericueto inexplorado que hizo de mi destino un cofre de extrañezas, como la de terminar aferrado a una patria que distaba por mucho de querer y de admirar; como la de atravesar medio continente con sólo una estoica ilusión incrustada en mi maluco cerebro, o, la de rubricar ante Dios un compromiso de perpetuo amor y sobre todo de impensada probidad. Pero al ver en las paredes de mi estudio las innumerables fotos de nuestros viajes por el mundo y el oler por la mañana esa dulce esencia destilada de tus poros, me hizo concebir que escogí con sabiduría el camino cierto para redescubrir la conmoción que genera en los seres la felicidad. Probablemente esa felicidad no la merezca del todo, pero merezco siquiera sentirla una vez más o, al menos, por última vez.
No quiero que te asustes, no me estoy despidiendo y tampoco estoy planeando expirar, sólo me he dado cuenta de que quiero que seas tú, la última mujer de mi existencia, la única que yo pueda amar y odiar por el miedo de tal vez perderte y nunca más poder cobijarme bajo el calor de tu firme y cobriza piel; la única que pueda besar y hacerle el amor con la intensidad de un huracán en pleno auge y henchido por las corrientes calurosas y frías del infinito, la única que perdone de cualquier pecado oculto y no contado que se allane agudamente en tus entrañas.
Ahora sabes cuánto amor te tengo, puede ser hasta inverosímil amar de tal manera, yo lo sé, si bien no fuera del todo posible, no titubearía y te seguiría diciendo te amo, que sigo amándote, aunque la realidad y mis sentidos estuviesen desgastados, te mentiría sin dudarlo para perpetuar esa felicidad que me obsequiaste, para detener el tiempo y evitar que el invierno llegue, porque cuando llega, el sol ya no sale y las noches se alargan dejando los vientos de octubre olvidados, provocando así, un insuficiente marchite en las hojas maple. Así que te escribo ésta carta, una carta no de amor pero sí escrita con pasión, una esquela indeleble donde puedas escrutar el motivo que me mueve e inspira para escribirte con ansia de ti, de mí, de lo nuestro... o de lo que tú eres en mí.
Ya no puedo ver más el decolorar de las hojas maple, tampoco sentir el fresco del inusitado céfiro, sin embargo puedo seguir amándote sin importar el lugar y la estación, ayer fue Canadá, hoy es Brasil, mañana no lo sé, pero te lo repito, eso no interesa. Voy a estar aquí siempre, acrecentando el sortilegio que nos une, robusteciendo mis sentimientos, aniquilando las antipatías y las traiciones.
Así que tranquilízate, no tengas sospechas, duerme y fantasea con descanso, como invariablemente lo hacías, antes de conocerme. Si bien en el fluir de nuestra alianza ocurriesen momentos infortunados y aciagos, que manifiesten un engaño palmario en mis ofrecimientos, repúdialos o pretende ignorarlos, porque yo estoy aquí, y te volveré a escribir, ya no una sola carta, quizá miles, donde pueda plasmar a través del dominio falaz de mi imaginación, las razones para que tú me perdones y continúes perdonando, eso, te lo prometo.
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