Los Intocables
El sábado 27 de septiembre, a las tres y media de la tarde, Luiz Fernando da Costa, mejor conocido como Fernandinho Beira-Mar, de 34 años, asesinó de siete balazos a Ernaldo Pinto, de 29. Ambos, residían en la misma penitenciaría desde el mes de abril y cumplían la misma pena, atribuida por una supuesta vinculación con el narcotráfico y el crimen organizado. Desde tres meses atrás, Ernaldo planeaba liquidar, de una vez por todas, a cualquiera que osara competir con su negocio de más de 85 millones de dólares, acumulados gracias a su audaz comercialización de cocaína en más de las trescientas favelas de Rio de Janeiro, y depositados secretamente, en múltiples cuentas en Luxemburgo y Panamá. Pero, el también “traficante” y millonario Beira-Mar, líder de las favelas restantes y primero en encabezar la lista de rivales de Ernaldo, no se lo permitiría.
El crimen, osado y brutal, no impresionó a la sociedad brasileña. Sin embargo, lo que sí causó, fue el estremecimiento inevitable de los organismos gubernamentales encargados de la seguridad en el país, y sobre todo, del estado de Rio de Janeiro. No es la primera vez que se perpetra un atentado de tal magnitud, no obstante, lo insólito y alarmante del asunto, es que el asesinato se llevó acabo dentro de las instalaciones del presidio de máxima seguridad Bangu 1, mientras los vigías en turno se preparaban para su habitual cambio de guardia y los reos contaban los minutos para ser trasladados al comedor.
Ernaldo Pinto era uno de los “traficantes” más poderosos de Brasil, de apariencia dócil, inocente, nadie era capaz de imaginar, a simple vista, su incontenible potencial maligno. Nacido en el corazón de la favela Abolição, Ernaldo vivió parte de su juventud ahí, donde logró la difícil hazaña de sobrevivir en medio de la hambruna y la miseria. Sus padres, Evani y Wachinton, le ayudaron en sus estudios hasta finalizar su enseño fundamental. Siempre agradecido, Ernaldo se esforzó arduamente para asistir lo mejor posible a su familia; ayudaba en casa facturando algunos centavos, cuidaba a su madre de sus interminables dolencias, y henchía el espíritu de su padre con la esperanza de algún día él madurar y convertirse en un hombre.
En algún momento de ese periodo, el camino y la vida de Ernaldo sufrirían violentamente un cambio. Su madre, enferma de cáncer de útero, falleció debido a una sobredosis de alcaloide promovida por una negligencia médica. Luego, a tan sólo dos meses del fatídico incidente, su padre, trabajador incansable, fue víctima del mismo destino en un fuego cruzado entre bandidos y policías, justo a dos cuadras de la fábrica de aluminios en la que laboraba. Meses después a los trágicos hechos, Ernaldo, deprimido y sin más que perder, abandonó su hogar rogando que la casualidad de las calles le socorrieran de su desdicha. De ese modo, no tardó el azar en ayudarle. Una noche, mientras bebía en un bar de mala muerte, observó por la televisión un reportaje sobre la guerrilla Sudamericana, específicamente del Sendero Luminoso del Perú y las FARC de Colombia. Pronto, Ernaldo sintió una mezcla de renuncia y excitación. Terminó de ver, y repentinamente decidió el rumbo de su vida. Así, y sin pensarlo dos veces, salió del país buscando -durante años- su destino en las fronteras de toda la América del Sur.
El 17 de diciembre de 1994, la búsqueda de Ernaldo concluyó al conocer al hombre que en un inicio se convertiría en su mentor, y que más tarde, en un futuro no tan lejano, terminaría siendo el verdugo que lo privaría de su vida. No se tienen los datos precisos sobre el lugar o país donde las vidas de los dos hombres coincidieron, aunque se sospecha que fue en los cerros de San Julián, en Cajamarca, Colombia. Lo que sí se sabe, es que Ernaldo trabajó contrabandeando armamento para las fuerzas armadas revolucionarias de Colombia. De igual manera que Beira-Mar, que llevaba ya varios años aliado al movimiento. Durante un intenso periodo, ambos continuaron explorando la selva del crimen, y con el pasar del tiempo, desencadenaron una intima sociedad que acabó con formarles una escabrosa y peligrosa amistad.
Ernaldo llegó a ser el brazo derecho de Beira-Mar, valiéndose de un gran sentido del humor, inteligencia, y de una inigualable noción del funcionamiento interno de gran parte de las favelas en Rio. Este último y raro talento - que había aprendido al vagar por las calles después de la muerte de sus padres - le sirvió para formar una estrecha relación, no sólo con Beira-Mar, sino con los grandes jefes de la droga. Si bien dicho don le valió para transformarse en un poderoso “traficante”, terminó siendo un motivo irrevocable por el cual Beira-Mar le mataría, y no por una alevosía sucia y humillante, como explicaría Beira-Mar en un interrogatorio días después de ejecutar con éxito a Ernaldo.
Contado de esa manera, la historia parece salir de algún romance inverosímil escrito por algún literato empeñado en crear sólo ficción, pero, no lo es. El mundo del crimen organizado y del tráfico de drogas en Brasil, se puede ver como un cuento de hadas representado por seres Mefistofélicos, seres que buscan, a todo costo, violentar la soberanía y la paz de la nación. Sin embargo, son pocos los Mefistófeles que desafían el reino del orden y del bienestar social con tanta y singular impunidad. Y muchos de estos casos son el ejemplo más perfecto del mal, ya que lo preceden políticos lunáticos y no marginados hambrientos. Así, el acto de venganza entre los propios integrantes del poder, puede ser la única punición posible y en cierto modo justa. Por eso, la historia de Ernaldo y Beira-Mar no parece diferir de otras que suceden con reiteración día a día. Tragedias como la de Ernaldo son motivadas casi siempre por la ingratitud y la envidia, o únicamente por un desdén difícil de engullir. Los ejemplos sobran, y aunque la mayoría quedan congelados en procesos interminables, y otros en demandas olvidadas, todos y cada uno de los casos son rescatados de la memoria de la gente.
|