Una pupila inscrita en la pared
atormenta la privacidad de dos almas
acuñan contenido de recuerdo
sobre el manto decrépito del tiempo.

La luz baña sus semblantes
inmersos en la muerte del pensamiento
escala el goteo vital
presurosa a encontrarse con el silencio.

Sus ojos embriagados de dolor
habitan lejos, más allá del firmamento
caminan por espacios que palpitan
internos, el tiempo fenece.

Sucumbe la extrema devoción
al pensar en lo que ya no se necesita
una mirada frente a otra
engendran felicidad maldita.

Sus manos escurren al reflejo
idílico de lo otro que acarician
manchan la angustia
hueso quebradizo.

Lunares que corrompen el destino
habitan la corrupta desabrida
de la senectud que envenena
un trágico susurro de alegría.

Dos corvos cuerpos entretejen
un arco en reposo
se reflexionan a sí mismos
y completan la pupila en la pared
que se mira en el tiempo
y dialoga de cerca con la muerte.