Lujuria Rusticana
Sonaba en el ambiente una tonadilla amortiguada por tanta reverberación urbana. Sol de poniente, brisa refrescante, sombras alargadas que se hacían con el espacio. Escenificación del ocaso de otro día de primavera atracada por un verano con ganas de entrar en faena.
La escena parecía sacada de una película de Fellini, chica guapa, veintipocos y mas apretada que los remaches de un submarino, gorra americana molona con visera acanalada que rezaba “23 Bulls”, camiseta talla “me marca todo y además me cabe”, pantalón elástico pirata, zapatillas “nike’pintadas”, calcetines bajos con puntillas, MP3 retozando en canalillo y bombeando ritmo a sus oídos a golpe de percusión estridente, gafas de sol de mercadillo, frente ligeramente perlada y una actitud exultante del tipo: ¡Ahí voy yo, que molo mogollón!. Ni una marca, ni siquiera un tatuaje de los que se quitan. Paso forzado, braceo ostentoso, respiración dramatizada en sincronía con cada zancada, y para completar el cuadro, pulsómetro en muñeca derecha conseguido con los cupones del ABC.
Travesía de la plaza del pueblo, ocupada por la pandilla de “los tres del inserso”, Zacarías, Alfonso y Prudencio, amigos y vecinos de vida y media. Boinas caladas, garrotas en posición de firmes y cabezas en vista izquierda, luego frente, luego derecha. Mandíbulas descolgadas y lenguas inquietas intentando mantener las piñatas en sus sitios. Respiraciones perdidas y recuperadas con grandes bocanadas de aire. Párpados en huelga transitoria y ojos a punto de despeñarse en el vacío.
Guapa en su mundo interior y ajena al mundo real, gira la esquina de la tahona perdiéndose en su autopista de autoafirmación personal. El silencio se tensa hasta que se rompe:
- Hay que ver esta moza, ¡Como está de guapa! – Dijo Zacarías con una verónica dialéctica a modo de remate de tan extraordinaria faena.
- ¿De quien hablas, Zacarías? – Le preguntó Alfonso como si acabase de llegar a una conversación suspendida hacia media vida.
- ¿Eh, de quién va a ser, Alfonso?, ¡de la hija de la charcutera! y no me digas que no la has visto, que casi me tragas con tanto alarde de dentadura.
- Pues ahora que lo comentas, ¡Si que está guapa la jodía!. Se parece a la Victoria esa, la del que juega en el Real Madrid. – Apostilló Alfonso.
- ¡De eso nada!, la Victoria esa no tiene el glamour de esta chiquilla. Esta lo tiene todo suyo y en su sitio, como Dios manda. ¡Nos ha jodío mayo con la comparación! ¡Venga ya! – prosiguió Zacarías con un punto de vehemencia espoleada por la desafortunada comparación de su amigo.
De forma instintiva, los dos se giraron hacia Prudencio que mantenía la vista en la esquina de la Tahona donde la Diosa de la juventud se había esfumado, como si estuviera siguiendo mentalmente su trayectoria divina.
- ¡Pero bueno, Prude! ¿Dónde estás, hombre? – le espetó Zacarías, el mas parlanchín de la pandilla bicentenaria, con la intención de recuperarlo para la vida consciente.
- ¿Qué, qué? – atinó a balbucear Prudencio de forma extraña entre tanta saliva acumulada.
- Que, ¿dónde estabas?, que parecías enajenao, ¡leches!.
Se abrió entre ellos un abismo vacío de sonidos y el tiempo se detuvo tanto como para doler en los oídos. Prudencio, recuperó el gesto de pensionista veterano y moviendo su garrota como si taladrase la loseta de la plaza, miró sus manos que coronaban su cayado y dijo:
- He vuelto a ser joven por unos minutos, oyes. Estaba recordando a mi María, que en gloria esté, que estaba para echar pan y mojar, y ......¿sabéis que os digo?
- ¿Qué? - dijeron al unísono Zacarías y Alfonso, como implorando la respuesta anunciada.
- Que la chiquilla, no tiene el glamour ese de la Beckham. – concluyó Prudencio de forma categórica.
- ¿Y por que no lo tiene? - le dijo Alfonso, presentando batalla a su afirmación.
- Por que la chiquilla tiene novio formal y además ha estudiado en Madrid. – le contestó con la convicción suficiente para callar al mas pintado
- ¿y que coño tiene eso que ver, Prude? – repreguntó Alfonso descolocado por semejante argumento.
- Que, te pongas como te pongas, ese cuerpazo con esos dos ojazos negros como dos curas acostados, no pueden tener glamour........ - hizo una pausa valorativa, respiró hondo al mismo tiempo que su rostro se cubría de velada picardía concentrada en sus ojos arrugados que continuaban fijos en la fatídica esquina, y apuntilló - ¡Lo que tiene esa niña es “Delito”! |