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I

La temperatura baja en la madrugada, y qué decir en la mañana, hace un frío que tiende a congelar las extremidades, mientras que las calles lucen vacías, casi sin vida, a no ser por los automóviles que circulan con un tanto de escarcha adherida a sus superficies. Se siente güeva de tan sólo pensar, y más con este pinche frío que hasta las ideas congela. El autobús lleno hasta su madre, y yo colgando de a mosca con la ráfaga de aire helado retocándome la cara; una chava flaca, pero de buen ver ni se inmutaba, pues podía subir un escalón siquiera e ir agazapada junto al otro cabrón, un pinche viejito catrín, que por cierto deseaba ir cómodo el guey, mientras que varios en el asiento delantero me miraban con ese semblante baboso, quizá burlándose -Miren ese pobre pendejo congelándose mientras nosotros vamos tranquilos y cómodamente sentados- chingue a su madre-bueno nadamás reflexionado- empujé un poco a la morena para que no se hiciera pendeja y me pegué más a ella para evitar el congelamiento; pinche vieja, luego luego sintió el camarón y se hizo la disimulada; el que sí se molestó fue el ruco, quien dibujó una mueca de enojo en el rostro. Hay, la reina estaba calentita, y cómo dijo Cervantes, no me acuerden por que me regreso. Tenía que ir a mi Seminario en el Instituto, con esas pinches doctoras que siempre arman su teatro y, total, ya había expuesto, pero tenía la esperanza de que ella fuera, no sé... soy bien pinche tímido. Tal vez sabía que ella no iba a ir, pero aún así, quién sabe, alomejor he conservado siempre la esperanza...Yo y mis pinches ideas, cuando ahorita podría estar calentito en mi petate, pues ya chinga, qué le voy a hacer.
En San Angel un chingo de raza bien abrigada y como máquinas corren, quien sabe a donde pero corren; camino y abordo la micro, de esas que parecen ya estarse desarmando por el uso; van un chingo de gueyes a las facultades, y uno que otro con cara de intelectual o ñoño leyendo con los ojos enrojecidos, y yo pensando - seguramente van a tener examen-, bueno, llegué al Instituto convertido en un témpano de hilo; parece que todo iba bien, pues en la sala de costumbre ya se encontraban uno que otro doctor y los dos expositores repartiendo copias. Una persona de intendencia, se acercó a la puerta y le indicó a la doctora B..., en voz baja, que no íbamos a poder utilizar la Sala, puesto que sería utilizada para otro propósito. Ahí nos tienes cambiándonos a la planta baja; por cierto C..., así se llamaba la expositora estaba muy nerviosa y traté de alentarla durante el traslado con un par de chascarrillos; creo que fue bueno, pues ella rió y me dio las gracias; dos chavos del grupo se me quedaron viendo cuando ella rió, pero me mantuve al margen, pues después de un -ahí te alcanzo- corrí con sigilo a tirar el miedo...-Hay, que bien se siente-.
Ella no había llegado y tal vez ni arribaría, pus dos pinches correos el día anterior no eran suficientes para que me perdonara, pero yo ahí sigo, esperando en un asiento apartado, frente a la expositora que a mi parecer seguía tensa. La Sala estaba fría, sin calefacción, aceptando todavía a varios concurrentes que continuaban llegando, y de manera clandestina ocupando un lugar con el mayor sigilo del mundo para no interrumpir. -Bueno, si ella no llega voy a sacar unas copias en la biblioteca y después me marcho.- Unos cuates ya me habían invitado a dos reuniones que se llevarían a cabo en el Instituto, pero no me sentía con ganas de quedarme, pues yo ya iba con un solo objetivo. Estaba pensando retirarme temprano, quizá cuando acabara la primer expositora, pus estaba bien pinche aburrido...

II

Las cosas a veces no se presentan como las esperamos. Fui un par de veces al sanitario para moverme y no congelarme en el asiento, mostrando el sigilo de los demás al volver a entrar y tomar asiento. Se vertían criticas duras para ese momento contra el escrito leído, cuando de pronto se abrió la puerta y apareció, como por arte de magia, un cuerpecito delgado, arropado con un jean y un sweter negro, sin embargo, lo que más me llamó la atención fue su gorra de pachuco y esos lentes que tentaban esa carita con piel tersa y ruborizada. Mi corazocito, se quería salir de mi pecho, era magia, no podía creerlo, casi pensaba que si uno de mis cuates me hubiera visto en ese momento, me hubiera dado un zape y dicho -orale pendejo, que todos te están viendo-; era, creo, una bendición. Se deslizó en silencio, quería irse hasta el fondo, no obstante, aun con mi sorpresa le dije -siéntate aquí E...- y se sentó- mientras varios gueyes miraban. En tanto el amor que le profeso se mostró con un canto armonioso de tripas al unísono con la exposición.
Me siento tan diferente que las ráfagas de aire frío me arrullan sobre la felicidad inmensa que fluye al interior de mi corazón. Ella se quedó platicando con un pinche brasileño, que por cierto le regaló un libro, pero yo estaba dispuesto a esperarla hasta el fin de los tiempos si fuera necesario y ahí me tienen como pendejo. Hasta los pájaros, escondidos en los árboles del patio central, cobraban, creo, en ese momento, para aventarse una dulce melodía que disimulara mi embeleso. La vida es hermosa, fantástica, en ese momento todo me pareció bello, hasta la viejita que vende los libros, las piedras, los árboles, la hojarasca que daba un toque fantasmagórico al estacionamiento, y tú, emblema impreso en mi esencia –E…-, nombre que susurra el aroma de la vegetación, la suave caricia de tu imagen cristalina, la sórdida voz de mis tripas que pedían alimento... E... E...




III


Eran como las tres y feria, y el frío parecía no dar tregua; Insurgentes vacío de peatones; los autos recorren veloces la avenida; tu cintura delgadita, al igual que tu manita que rehuye la mía cuando intento posesionarme de ella. Los peldaños de la escalera ni los siento, mientras aprisiono tu cuerpo con el mío, aflorando unas ansias locas de mi interior con tu cercanía traducidas en calidez desbordada. Mi mano derecha se desliza, suave y lentamente, reposando por primera vez sobre tu cadera que despide movimientos cadenciosos, a la par con tu corazón que palpita fuertemente. El helado frío ya no se siente, mientras que mi mano baja un poco más; hemos caminado medio puente, y ya no puedo más, mi mano se desliza violenta y froto tus glúteos, recorriendo tus delgados muslos de una forma torpe pero frecuente; te has detenido y el rubor llena tu rostro, el calor preña de angustia nuestros corazones que brotan temerosos del momento. Con la mano izquierda temblando, atraigo tu mentón, y acerco mis labios hasta frotar los tuyos, mientras que tú permaneces al principio, impávida, dejando que mis caricias te exciten. Te atraigo hacia el pasamanos de un lado del puente y te dejas manipular; mi mano circula tocando y frotando rítmicamente fuera del jean tu femineidad, mientras me empiezas a abrazar con más fuerza, me atraes y respondes besando y deslizando tu lengua al interior de mi paladar. Mis manos frotan tus nalgas con más fuerza, luego la derecha sube y palpa tu delicioso seno que se endurece cual frondoso fruto a la espera de ser comido. La inercia hace que te levante más y más, hasta que sentada sobre el pasamanos y con las piernas trenzadas a mi cintura, empiezo a bajarme la bragueta, mientras que tú, engolosinada aprisionas tu femineidad a mi pene que permanece tieso, inmediatamente después, te desabrocho el pantalón, te bajo el cierre con dificultad y mis manos hábiles nuevamente se deslizan friccionando tu delicioso trasero para alcanzar a descubrir tu vagina. Parece que ya no podemos detenernos, con mi miembro alborotado, te intento voltear para penetrar tu vagina, sin embargo, en un movimiento reflejo tus manos se posan sobre mi pecho y me empujas exclamando -espérate... espérate. ¿traes condón?-, saco un condón, lo tomas, le quitas le cubierta y tus delgadas manos me cubren el receptáculo con el látex, de manera violenta; tú, ahora te volteas y sujetas el pasamanos mientras que penetro la vida y salgo, una y otra vez; tú me ayudas con tus gemidos y tus movimientos rítmicos a expulsar la energía del universo, mientras que mis manos aprisionan y acarician con suavidad tus tibios senos. El frío desaparece, el viento parece comunicarse, el cielo permanece más cerca de nosotros, mientras que el sudor empieza a cabalgar sobre nuestra piel, que ha descubierto, apenas, la sombra del delirio. Ni el tequila reposado me quita el sueño, ni tampoco el deseo ferviente de estarte pensando, inmerso en una noche negra que se desliza suave, al ritmo de mis sueños.

Texto agregado el 09-07-2006, y leído por 198 visitantes. (0 votos)


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