Cuando el aroma del café transformaba las grises tardes de invierno en momentos entrañables de puchero y mantita de cuadros, Rubén inmortalizaba su alma derramándola en el papel. Las palabras se escurrían de su pluma sin pensar ni un instante que al tiempo que el calorcillo del brasero se extraviaba por las rendijas de la casita de madera, la nieve comenzaba a derretirse formando un curioso camino soleado.

Al final del camino, alguien se despereza, prende el café, agarra su mantita amarilla y lentamente comienza a devorar esas palabras que cada dia le regalan un nuevo motivo de asombro. Entonces mira sonriente al horizonte y agradece a quien sabe que casualidades que Rubén se cruzase en su vida, con sus palabras, con sus sueños.

Felicidades