Cuando Emily comprobó el resultado positivo del test de embarazo, cuando cayó en la cuenta de que el atraso llevaba un mes, cuando recordó el diálogo con Harry aquella noche de sexo malo y etílico; pronunció en voz baja pero severa y para sí: ¡Harry, maldito imbécil!
No había resultado bien el matrimonio con ese hombre, él había sido despedido por enésima vez de un magro empleo hacía más de seis meses y desde entonces lo pasaba mirando básket y bebiendo, yendo al bar de Charlie donde ella trabajaba de encargada de la cocina por un estipendio más bien escaso. Había sido advertida por el dueño que no quería esa presencia en su negocio, lo cual había enfurecido a Harry quien además la celaba con frecuencia hasta convertirse en violento.
Emily había llegado a no despertar al marido por las mañanas, había perdido las esperanzas en que él consiguiera un trabajo que permitiera, al menos, costear la hipoteca. Prefería que siguiera durmiendo para que no intentara fornicar antes de que ella tuviera que irse al trabajo. Por las noches lo dejaba solo en el living frente al televisor y con las latas de cerveza que quedarían allí alrededor hasta que ella se dignaba tirarlas.
Nadie soportaba a Harry, había perdido a sus amigos, a la gente de confianza de la pareja, a las amistades de Emily quienes sólo la veían circunstancialmente. Entonces ella y para peor estaba embarazada de aquel hombre, entonces había hablado con Sophie, había consultado con desconocidos acerca de la manera de hacerse un aborto sin siquiera mencionar su estado al marido. Había sacado las cuentas de cuán costoso sería un hijo, era consciente de que no eran épocas para proyectos de ése y ningún otro tipo… Después de todo, su amiga Sophie habíase practicado un aborto hacía algún tiempo; una relación ocasional que terminara mal, Sophie decía que “los hombres son todos iguales” pero así y todo había formado una pareja.
Entonces Emily tomó la decisión de no continuar las cosas —¡Harry, maldito imbécil! —una frase de todos los días, y no sería un buen padre ni ella una buena madre sin dinero o con el que sólo ella podría conseguir, “bastante tienes con Harry”, había dicho Sophie y luego había mencionado a un doctor, una tal James, cuyo número había anotado.
Emily había entonces decidido, no había más qué hacer. Estaba sentada a la mesa, esperaba a Harry, tenía que hablarle antes porque después de todo, él seguía siendo su marido “¡Harry, maldito imbécil!” entre lágrimas de desesperanza.
Y Harry abrió la puerta, muy tarde, y encontró a la mujer sentada. —Estoy embarazada, de ti, Harry —aclaró, ella, quizás sospechando alguna escena de celos y dudas del hombre… —No podemos tenerlo, Emily, tú sabes, tendrás que hacerte un aborto.
Ella, con la cara apagada por lo inevitable de las cosas, asintió lentamente con la cabeza; luego como con un rayo de furia en los ojos, sacó el arma de entre la ropa y disparó tres tiros al hombre ebrio.
—Tenías razón, Harry, un aborto… tú eras más costoso que cualquier hijo, ¡maldito imbécil!
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