Un corazón silencioso,
mudo de no sentir ya,
callado a golpes de desesperación,
moribundo en su solitario estertor.
Es un corazón sin ganas de latir,
ni de soñar.
Perdió su ritmo frenético y juvenil.
Se silenció a falta de reír,
a falta de sentir.

Este pobre corazón quejumbroso
hace tiempo que dejó atrás
su primitiva inocencia,
su dulce olor a rosa.
Se empequeñeció, lloroso,
sin ganas ya,
sin fuerzas para gritar.

Se le quitaron las ganas de cantar.
Su suave melodía se desvaneció
en el aire, y solo ya, sin remedio,
se consumió.
Cayó como castaña hoja de otoño,
como caduca flor de temporada.
Y se elevó, mecido en el aire,
girando, plácido, sobre una brisa
hoy ya muerta.

Hoy, quizá ayer... No sé.
Una tibia luz creyó darle vida.
Me pareció oír su sordo rumor
en el silencio estancado.
Pero no fue más que una vana ilusión.
Triste desengaño.
La realidad lo puso nuevamente en su lugar.
Pero tal vez fue ayer, o,
será mañana... No sé.
Hoy es. Hoy es silencio y vacío.
Hoy es “no” y silencio.
Y quise y quiero llorar,
pero de qué sirve llorar a los muertos.