La miraba.
“La Loca Marrero” deambulaba bajo la lluvia con sus pasos cortitos y presurosos, empapado por la lluvia, su saquito de lana colgaba lastimosamente de su cuerpo flaco y encorvado.
Siempre sostuve que mi pueblo, ese pueblo en el que apenas viví, tiene un encanto particular que prospera y se hincha cuando llueve… las tardes de otoño no tienen parangón en mi pueblo, más cuando llueve.
La calle está desierta, los vecinos se repliegan a sus casas mientras que lo único que no atiende al aguacero es la monotonía fabril textil y papelera.
De rodillas en una silla de totora, pegaba mi nariz al vidrio de la mojada ventana y aburrido observaba atentamente todos los movimientos de “la Loca Marrero”, que se revolvía de un lado al otro de la vereda, bajo lluvía…, cruzaba la calle, caminaba rápidamente por los canteros y volvía a la acera, con las manos juntas atesorando un mate, siempre llevando un mate que dos por tres cebaba en la canilla de la esquina, despertando las burlas de los vecinos…, esos vecinos.
Al pasar los años y recordar la escena, pienso en ellos, en los que se burlaban, en los que le decían pobre loca… ¿Serían tan felices como ella?
Los he visto, los veo, los ví, siempre preocupados por la vida, por el progreso, acaparando para si todo lo que el dinero les pueda comprar, siempre preocupados por obtener esa moneda de más para comprar un poco de felicidad, pretendiendo adquirir algo de la dignidad que a “La Loca” le sobraba.
Y ella ahí, feliz en su tan querida calle, con su mate, con su mirada fuerte, penetrante, y su ropa andrajosa.
Si sería querida su calle que cuando se la quitaron murió de tristeza, dejándonos para siempre sin su singular, pero también querida… para algunos, presencia.
(Dedicado a “La Loca Marrero” de la cual nunca supe el nombre y murió hace ya muchos años, a mi Tía Mabel que es la autora del remate de este cuentito y una de las vecinas “buenas” que quiso y extrañó luego de su partida al personaje de este cuento)
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