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No sé por qué había subido hasta allí. El camino me había obligado, paso tras paso, a seguir las huellas que me guiaron. Desde hacía tiempo ya no era yo, no era la de antes... nunca lo había sido. Y me limitaba tan sólo a seguir el camino que había ante mí. Sin pensar, me dejaba llevar por él. No sabía por qué, pero ahora me encontraba desnuda bajo esos rayos de luz dorada que comenzaban a acariciarme. Después de un tiempo casi interminable, había decidido subir, salir, respirar profundo de nuevo, buscar esa parte de mí que un día dejé al borde del camino.
Allí estaba ahora. Absorta en unos pensamientos en los que cada vez hacías más y más falta. Sintiéndote como nunca antes, extrañándote desde atrás en el tiempo, un tiempo que se repetía permanentemente en mi memoria. Y aquel cielo que había contemplado tantas veces sin ti... ahora regresaba, mas esta vez tenía un matiz añejo, un cierto sabor dulce. En el aire reinaba ese olor a sal que siempre empuja a las gaviotas a volar mar adentro... todo parecía perfecto, y lo era (solo que faltabas tú).
Un instante tardó, veloz, en cruzar aquel albatros mi cielo, aquella parte a la que había puesto nombre y dueña. Perturbó así mi pensamiento, haciendo que por un segundo mi conciencia volviera a esa tierra que pisaban ahora mis pies. No estabas conmigo y, por Dios, que te sentía más cerca que nunca, más dentro... no sé, más yo.
Desde el cielo me miraban, compasivas, las nubes. Tan puras, tan cansadas... y tan dulces. Me contaban, que kilómetros allá estabas tú, sonriendo, y no pude evitar preguntarles cómo estabas hoy. Si más alegre o más ocupada, si te habías cansado ya de tanto ir y venir dentro de la casa, si tal vez pensabas en mí... y sonreí, dichosa, al comprender la mirada que me devolvían, cariñosas, esas nubes.
El viento soplaba y acomodé mi abrigo. No era aquella brisa que había traído el calor de tu voz a mis oídos entre las rocas, ese profundo y dulce calor de tus labios a mi boca... No lo era, pero aun así me llenaba el pecho por dentro, me daba aliento recordándome aquel día que era tu aire el que había soplado en mi cuello.
Todo estaba bien. “Cada cosa a su lugar” me habían dicho mucho tiempo atrás. Y allí estaba yo, justo donde me tocaba estar, extrañándote, sintiéndote... Llevándote muy dentro de mí. Y en la cima de aquel viejo torreón del castillo de mis sueños.
Tú... ¿dónde estabas tú? Donde debías estar, allá a lo lejos. Pero tu alma aquí, a mi lado. Acompañándome siempre tu olor y tu rastro, la huella que en mis manos habías dejado. Y no sería por mucho tiempo, sólo el necesario.
Al comprenderlo, fue que lloré... Sin dolor, sin angustia, sin miedo. Sólo llorar. Sencillamente, llorar. ¿Por qué? Por el mismo motivo por el que vuelan las gaviotas mar adentro, por la misma fuerza que me había empujado a recorrer aquel camino que se había abierto delante de mí... por las huellas dejadas, por las señales seguidas.


12 de octubre de 2003


AL FINAL DEL CAMINO

Texto agregado el 07-07-2006, y leído por 581 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
06-03-2016 Mmmm creo k por hoy he leido muchos textos de amor´´´pero se siente con fuerza la sinceridad que lo vuelve original ybello **** Caliyuga
13-03-2014 Ayss... como senti de pronto... este texto tan... mio. Gracias! -aunque he llegado tarde, es como si fuese de presente.! Puro sentimiento y al rojo vivo. Petreca_52
04-10-2013 te quiero... y te admiro! salzikrum
01-08-2012 Eres una guerrera sin duda... salzikrum
07-07-2006 muy lindo, muchos sentimientos puestos en juego. natiste
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