Ahí vamos, cambios constantes y sonantes, conversiones imperfectas, emociones subidas de tono al punto que te descalcifican las ganas. Te sientes animado a patear unos cuantos traseros. Sientes ganas de llevar el ritmo, de castigar con dulzura, de usar tu fuerza de dios inmisericorde eternamente enamorado y separar un par de pulposas colinas y penetrar en la tierra húmeda, tibia, recién abierta... pero sólo hay desiertos, arenas, dunas, rocas. Tierra estéril que a secas ansia devorar la vitalidad de otras más fructuosas, que pide ser fecundada sin un nido donde albergar esa ave que desea dejar huella... entonces, no hay sentido en vaciar tu voluntad, en sembrar tu esencia en un hoyo que apenas henchido se olvida de raíces, entonces no hay sentido en proporcionar gozo si no puedes ser tú. Vampiros miserables que en singular danza rodean al héroe inconcluso, y no es el héroe quien levanta los apetitos, es su flamante espada que allá en el fondo no es más que una extensión vacía y flácida sacudida por el ardor del guerrero, creen que sin espada no hay contendiente, no aprecian que sin contendiente no hay espada. Tus días como Odiseo acaban en una batalla para la que no estabas preparado, lo superfluo nunca ha dejado de calentar su trono, nunca ha dejado de sacarle brillo a su corona. No te hallas ni a un lado ni al otro, eres demasiado, eres poco, eres tú. Ahí vamos, la frente en alto, caminando a nuestro compás sin dejar que se nos imponga el peso de lo no deseado. Satisfechos de sabernos dueños de nuestra verdad, de nuestra vida. |