Ahí vamos, tropezando en cada escalón, pretendiendo que los golpes y las caídas no duelen y que a final de cuentas terminarán haciéndote más fuerte... pero no es así, alma y corazón no se traicionan, no se niegan, no cambian. Cada golpe lejos de prepararte para el siguiente te vuelve más vulnerable... Entonces la fragilidad deshojándose a flor de piel, la sensibilidad cobijándote sin permitirte respirar. Con cada herida, con cada bofetada crees ascender, crees haber aprendido la lección... sólo que no hay lecciones que aprender, sabes lo que tienes que saber, lo justo y necesario para sobrevivir entre tanta mierda, lo justo y necesario para mantenerte por encima de lo común, vulgar y decadente. Sin embargo no dejas de dar lástima actuando como un maldito ingenuo que no deja de tropezar a pesar de conocer la ubicación exacta de cada peldaño, a pesar de poseer más fuerza que todas esas estatuas que estando tras tuyo se aferran con fuerza a tus caderas estremeciéndote las entrañas con cada arremetida. Tanta fuerza y no puedes parar con el recreo, no puedes evitar que se burlen, no puedes evitar ser desechable. Saben que volverás a colocarte de rodillas, que claudicarás nuevamente, que te entregarás con todo el universo que llevas en ti. Ahí vamos, la cúspide espera ser cabalgada por el primer valiente que se atreva a vivir, que se atreva a ir más allá. Tres, dos escalones, ya casi, alguien te toma del pie, dudas... y caes. A quién le importa subir, desde acá abajo el horizonte se torna mucho más auténtico en su dimensión, mucho más apetecible, no hay estatuas, sólo carne, calor, sudor, sangre, sueños y realidades, alimento eterno y verdadero. |