Destruida estoy, aquí en el légamo viril de la tierra barrosa;
oliendo lo fúnebres cuerpos yertos y gangrenados a causa de las carroñas vivientes.

La carroza se desliza armoniosamente hacia mi dirección;
los llantos tibios y moquillentos me conmueven. Nadie me mira, nadie.
Los seres pasan apesadumbrados junto a mí.
Miro entre rostros y reconozco mucha gente,
gente que no veía hace mucho.

Un ataúd caoba, con su ventanita de cristal y sin cruz; muestra Mi rostro y Mi cuerpo blanquecino tendido en su interior;
mis labios algo hinchados y rojo oscuro están perpetuando el silencio, perpetuando Mi Vida.

Allí me encontré, muerta, difunta y tendida en un duro acolchado, un acolchado tan albo como la nieve que nunca vi en Mi infancia; lista y dispuesta a que los hilos arrastradizos devoren mi necrosos estado, dándose así un fetín de gozo, luego de que esta pequeña muchedumbre olvide las lágrimas que derraman por mí.