No estoy en posición de decir o, mejor dicho, distinguir cuál o cuales de todas las realidades son verdaderas, si tal cosa existe. Tampoco puedo imaginar, si existe siquiera, una posición desde la que tal distinción sea posible.
Muchos los hay como yo, aunque tal vez no sean tantos aquellos con los que comparta mi origen, o los que lo hayan compartido por la misma cantidad de tiempo que yo, aunque la mismísima idea de tiempo escapa fugazmente a mi comprensión, por lo que ni me atrevo a suponer una forma de medirlo. Así que la verdad es que, de tener la inconcebible oportunidad de conocer a alguien, me sería imposible saber con certeza hace cuanto compartimos nuestra situación de profunda oscuridad.
En este calmísimo caos de tranquilidad indescriptible en todo lenguaje, lo único que me queda es esperar una muerte igual que mi nacimiento; postrado quien sabe dónde, hace quien sabe cuanto, completamente ciego, sordo y mudo.