Canción para un Loco
Para mi amigo Roberto Bolaño (a quien nunca conocí)
Déjele Paris a los locos, véngase a Chile. Suplicaba el último reglón, de la última carta que le escribieron. Que estupidez, decía con soberbia, aún no imaginaba que no habría más cartas para abrir.
Tomó la botella y derramó el liquido hasta el fondo de su garganta, escupió ahogado y echo a la prostituta que esperaba el pago por sus servicios. Ándate de aquí mujer, le grito furioso.
Luego, escribió una carta, sería la última pensó; sí, sería la última, ya había vivido lo suficiente y era un buen día para resucitar.
La carta era para un amigo; en ella le explicaba que todo había salido mal, no había un solo editor que no hubiera leído sus manuscritos, y sus trabajos, seguían durmiendo en el piso del departamento, empolvándose con el tiempo.
El teléfono, ya no sonaba hace meses y los niños dejaron de jugar en la plaza del frente, cubierta de nieve y de hielo.
Igual que su alma, la ciudad estaba cubierta de frio.
Al terminar la carta, la que firmó con su seudónimo, esperó la noche, para ver las luces de Paris, abrió la ventana, se subió encima de la reja de la terraza y aulló al viento el poema sagrado de Mario Santiago, “Si he de vivir que sea sin timón y en el delirio” y saltó con todas sus fuerzas al vació.
Su cuerpo se cubrió de un velo mágico y desapareció, confundido por una luz de la ciudad.
El resto del poeta, quedo salpicado en el cemento y fue a parar a la morgue del hospital. Lo sepultaron en un hoyo común, tres meses después, tal como asegura la ley Francesa, a aquellos que no son reconocidos por nadie.
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